naiz.eus. Maddi Txintxurreta.- Genera cierta ansiedad colectiva pensar en una sociedad sin prisiones. Pero, en realidad, ¿traen orden las cárceles? ¿Seguridad? ¿Cómo es que tal prudencia a la hora de imaginar la falta de cárcel, si en la realidad carcelaria los delitos y dolores no han dejado de suceder?
Si se deconstruye la comprensión de la cárcel, y se cuestiona la función que se le reconoce a esta estructura, enseguida empiezan a bailar sus rígidos muros y, por tanto, es más fácil imaginar que las cárceles pueden ser deconstruidas -derribadas- físicamente. El 4 de junio se celebró en Irun "¿Hay alternativa a las cárceles? Charlas entre la oposición a la pena y el feminismo contra la cárcel", en la que Alicia Alonso, parte de la coordianción Baladre, aprovechó este orden para arremeter contra las cárceles: deconstruirlas e imaginarlas. En la tertulia también estaba invitada June San Millán de Salhaketa, pero se quedó atascada en las retenciones provocadas por las protestas campesinas.
Hay que acceder a los centros penitenciarios, aunque estas estructuras son "cerradas" y ponen "todas las trabas posibles" a quienes quieran asistir. "A la cárcel no le gusta ser observada. Pero yo soy una firme defensora de entrar porque, cada vez que entra alguien de fuera, airea el sitio, ve que en él no hay monstruos, sino personas que no han tenido oportunidad", aclaró Alonso de la coordianción que trabaja contra la precariedad, el empobrecimiento y la exclusión.
En su trayectoria académica, profesional y militante ha afilado su mirada hacia las mujeres presas. Esta abogada vallisoletana ha recorrido durante veinte años un camino en el que, a pesar de las trabas, ha optado por acceder a las cárceles y, además de conocer las prisiones del Estado español, ha pasado cinco años conociendo las ocultas realidades de Chile e Italia. Es autora del libro "Feminismo anticarcelario: el cuerpo como resistencia [El feminismo contra las cárceles: el cuerpo como resistencia]". Tiene, pues, experiencia.
En los albores de su camino, Alonso impartió talleres de prevención de violencia de género a presas de la cárcel de Villanubla (Valladolid), donde descubrió que en el sistema penitenciario las mujeres están "abandonadas". «Son minoría entre las personas presas, entre el 7 y el 8% en el Estado español; en Italia rondaban el 4%. Esa es la justificación que utiliza el sistema para discriminar a las mujeres», expuso durante su intervención en Irun. Desempolvó entonces el título de Derecho e inició una prospección político-social de las prisiones. Creó junto con otras Oteando, el Observatorio para la Defensa de los Derechos para ofrecer apoyo socio-jurídico a las personas presas y también realiza labores de investigador dentro de los muros.
En la charla que organizaron las asociaciones Baladre, Erletxea y Korapilatuz y la Asociación de Vecinos del Centro de Irun reconoció que, al principio, actuaba movida por el afán de mejorar las prisiones. Luego se dio cuenta de que la cárcel no se puede mejorar y hoy defiende la abolición: la de la cárcel, la del sistema penal y la cultura del castigo.
Encender la luz
Más despacio. A la utopía sin cárcel abrió Alonso más tarde la puerta imaginaria; mientras tanto, se empeñaba en cruzar las puertas de las cárceles en Irun. En los rincones de las mayorías están las cárceles, físicamente también en las orillas a menudo, difíciles de llegar, difíciles de ver. Ese arrinconamiento implica oscuridad; tinieblas, apagón de la atención de las bondades del exterior. Si no se enciende la luz, la suciedad no molesta a nadie. Pero sigue siendo suciedad.
Se denominan "Reglas Bangkok" a las medidas mínimas que debería cumplir el sistema penitenciario para garantizar los derechos humanos de las mujeres presas. Estas normas fueron aprobadas a finales de 2010 por la Asamblea General de la ONU y, por primera vez, tuvieron en cuenta el impacto específico de la prisión en las mujeres y recibieron recomendaciones específicas -no vinculantes- dirigidas a ellas. En una de ellas aboga por alternativas que sustituyan a las prisiones, teniendo en cuenta el historial de victimización de muchas mujeres presas, las responsabilidades de cuidado y la naturaleza de los delitos.
La Asociación de Derecho Penitenciario Rebeca Santamalia está llevando a cabo, junto con la Universidad de Comillas, un estudio para conocer en qué medida se cumplen estas normas en las cárceles del Estado español. La propia Alicia Alonso es una de las que están prospectando las cárceles y advirtió de que la Justicia española hace oídos sordos a la "Reglas Bangkok" que recomienda buscar alternativas para evitar el encarcelamiento.
En opinión de Alonso, es «grave» esta actitud «muy irresponsable», ya que tomar medidas para aplicar estas normas supondría «casi vaciar las cárceles de mujeres», según destacó. De hecho, el 88% de las mujeres presas en el Estado español cumple los requisitos establecidos por la "Reglas Bangkok" para considerar inadecuado su ingreso en prisión: haber sufrido violencia machista, ser la cuidadora principal de alguien o estar condenada por delitos no violentos.
Precisó que el 80% de las mujeres presas del Estado ha sufrido la violencia a lo largo de su vida y que la mayoría son madres. "Esto influye mucho en su bienestar emocional. Lo viven como si fuera un abandono y tienen que escuchar a los funcionarios que son malas madres... A los presos no les dicen que son malos padres", manifestó Alonso.
Por otro lado, es clarificador otro dato que aportó. El Código Penal español recoge cerca de 500 delitos. El 60% de las mujeres presas cumple condena por dos delitos: contra los bienes o contra la salud. "La pobreza, son delitos muy ligados a las situaciones de exclusión que viven", subrayó.
El motivo por el que las mujeres son detenidas principalmente por dos delitos radica, asegura Alonso, en la selectividad de los procesos. "Selectivamente se decide qué es delito y qué no lo es y, al mismo tiempo, la persecución penal es selectiva: hay colectivos que sufren una mayor persecución por determinadas facciones étnicas o por otras características", explicó. «Esta selectividad hace que la representación de mujeres extranjeras en las cárceles sea excesiva, en el Estado español representan el 30% de las detenidas de mujeres», asegura Alonso.
Muchos de las condenadas por delitos contra la salud también han ingresado en prisión por pasar droga en "microtráfico", precisó Alonso: "El microtráfico no suele necesitar muchas pruebas, ya que suele ser un delito evidente. Por eso es fácil perseverar y comprobar el delito: supone un rendimiento policial y al final son las mujeres las víctimas de la lucha por el tráfico de drogas".
Además, la detención de las mujeres encargadas del transporte de la droga no sirve para acabar con el tráfico. "Son encarcelamientos inútiles que no tienen efecto en la reducción de la demanda y oferta de droga. Tienen un efecto cero en el tráfico, al día siguiente lo hará otro o otra", aclaró la activista feminista.
Templo de las violencias
Entre las presuntas funciones de la prisión están prevenir o evitar delitos y contribuir a la reinserción de los y las delincuentes, pero no son más que quimeras que se aprovechan para adornar la pena. Incluso, según Alonso, "no sólo no previene, la cárcel es la escuela del delito", ya que la persona que entra en ella se puede profesionalizar en la delincuencia. Y lo de la reinserción social lo ve la vallisoletana como una contradicción. "Es una contradicción educar a una persona bajo llave para que aprenda a vivir en libertad. La cárcel enferma, empobrece... Por lo tanto, están enfermos y enfermas y con menos recursos cuando salen", dijo.
La cárcel empieza a temblar cuando se da cuenta de que no cumple las funciones que se le reconocen. En realidad cumple otras funciones. «Produce dolor. La cárcel no ayuda a responsabilizarse de las acciones que se han realizado, responde a un dolor con dolor".
Por lo tanto, las cárceles son el templo de las violencias y, por supuesto, sus muros no son impermeables a las opresiones que cruzan el mundo “normal” si no son multiplicadoras de las mismas. Los mandatos del patriarcado están en las cárceles y si las mujeres presas atraviesan el lugar “que les corresponde”, son castigadas, si no hacen bien ese trabajo “que les corresponde”, son castigadas. Según Alonso, las mujeres reclusas reciben más sanciones que los hombres por las faltas de menor gravedad que sus compañeros de prisión. Puso un ejemplo: se les tolera menos desobediencia que a los hombres, se les exige más limpieza que a ellos en las celdas.
Básicamente, "estamos utilizando una herramienta que está fortaleciendo el patriarcado para resolver nuestros problemas", concluyó. Y por todo lo anterior, lo hizo a la deconstrucción de la cárcel: "Tenemos que cuestionar la cárcel. No resuelve problemas y causa daños personales y sociales... Entonces, ¿por qué lo aprovechamos?"
¿Cómo derribarla?
Pero, ¿cómo puede, en realidad, resquebrajarse el sistema penitenciario tan arraigado? Alicia Alonso aludió a que son cuatro los pilares fundamentales que sostienen el sistema, por lo que reivindicó la necesidad de destinar las fuerzas a desequilibrar esas bases. Lo primero sería la base cultural. "No somos capaces de pensar en una sociedad sin cárcel, porque está tan arraigada la cultura del castigo. Por lo tanto, cuestionar la cultura del castigo es muy importante, atrevámonos a soñar que es posible ", señaló.
El segundo pilar, el político. "Difícil, pero factible, basta con tener voluntad política", opina. La teoría es simple: si la mayoría de los delitos se cometen impulsados por situaciones de pobreza, hay que tomar medidas para acabar con ellas. Por ejemplo, reforzar la educación y la sanidad públicas o establecer una renta básica de las iguales.
La tercera, económica. Muchos trabajadores viven gracias a los salarios del sistema penitenciario. Por lo tanto, al igual que se hace una reconversión industrial, los trabajadores de las cárceles también necesitan una salida laboral.
Y por último, el pilar de la legislación, un instrumento para reducir sus daños mientras se deconstruyen las cárceles. "Para que entren menos personas y salgan más se necesitan cambios legales. Para que la pena de prisión sea sólo para los delitos más graves, hay que reparar el resto de manera diferente y reducir el número de delitos castigados con la cárcel, por ejemplo regularizando las drogas", explicó Alonso.
Representando fuera de los muros
Alicia Alonso dio motivos sobrados para renunciar colectivamente al sistema penitenciario. Pero imaginar un mundo sin prisiones despertó inquietudes, sudores, suspicacias entre algunas personas que escucharon el discurso. Pidieron alternativas, y aunque reconoció que no se trata de fórmulas mágicas, la de Baladre mostró modelos. La justicia transformadora, por ejemplo, rompe dicotomías de bueno/malo o víctima/victimario. «Reconoce que se ha causado un dolor, pero se encarga de curarlo y de crear entornos seguros para que no se repita, sin expulsar a nadie de la comunidad. Se trabaja para restaurar el desequilibrio que genera el dolor causado en la comunidad", explicó.
Puede parecer utópico, pero este sistema lo aplican hace tiempo, para el caso, los pueblos originarios de Australia y América, y en algunos casos se comportan de forma similar los colectivos expresamente perseguidos por la policía: las personas migrantes y la comunidad afro, entre otras, porque no pueden recurrir a quienes los persiguen para solucionar sus problemas.
Los exigentes oyentes irundarras se mostraron de acuerdo con la justicia restaurativa, pero no vieron fácil aplicar este modelo en Euskal Herria. Y lanzaron la pregunta pertinente: en una sociedad que cada vez cae más profundamente en el individualismo, ¿cómo conseguir crear comunidades sólidas que trabajen por la justicia restaurativa?
La pregunta de la comunidad solo encontrará respuesta en la comunidad. Alicia Alonso cree que el punto de partida puede ser utilizar la imaginación sin ansiedad. "Nos toca ser creativas", dijo.