Covid-19 y militarismo

Acción contra los gastos militaresJosune García. KEM-MOC Bilbao.- Desde el principio se pretendió infantilizar a la sociedad, dejándola en manos de «profesionales» entrenados no precisamente para curar, ni para gestionar situaciones de crisis.

La emergencia sanitaria provocada por el virus SARS-CoV-2 ha ido asociada, desgraciadamente, a un muy preocupante repunte de medios y medidas militaristas. La imagen más icónica, buscada desde el Gobierno, ha sido las intervenciones de la UME que han supuesto un despilfarro de recursos y que no ha conseguido más efectividad que si las hubieran realizado civiles; y ello, a pesar de haber gozado de unos medios privilegiados que no ha tenido el personal especializado (sanitario, de limpieza, o incluso de Protección Civil...) con el fin de hacer una exhibición inaceptable de los militares en las calles, así como de otros cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Con este mismo objeto se han militarizado centros de atención sanitaria (Ifema como caso paradigmático, pero también otros hospitales de campaña) a costa de diezmar, o incluso cerrar, centros de salud, los auténticos referentes comunitarios que habría que haber reforzado inmediatamente.

Como complemento a esta imagen de lo militar tomando las riendas de la crisis, en nuestras retinas están los militares en televisión junto a Fernando Simón. Sin decirlo explícitamente, como pudo suceder en la guerra de los Balcanes, es la labor «humanitaria» del Ejército: aquí están nuestros militares para solucionar cualquier crisis. Como ya se decía cuando la guerra en la antigua Yugoslavia: lavado de imagen de una institución relacionada con la destrucción y la muerte.

El confinamiento fue desigual y punitivo, por lo que se ha podido apreciar una represión selectiva hacia la población más vulnerable, con el consiguiente repunte de la aporofobia y la xenofobia.

Desde el principio se pretendió infantilizar a la sociedad, dejándola en manos de «profesionales» entrenados no precisamente para curar, ni para gestionar situaciones de crisis. Más bien, para provocarlas. Las acciones han sido consecuentes con una retórica inflamada de brutales metáforas bélicas. El terreno se ha preparado bien, cuando lo que la gente pedía eran más medios para bomberos, sanitarios, emergencias civiles... y menos para la UME (con menos de lo que cuesta esta unidad, por cierto, se podría profesionalizar Protección Civil). La gestión de la pandemia ha sido un ejemplo de militarización social, incluyendo la inédita potestad de los militares para poder identificar a las personas. Hemos perdido muchas libertades que veremos cuánto tiempo nos cuenta recuperar después de pasados los meses más duros. Por otra parte, ver militares desplegados en las calles produce miedo. Es así. Y una sociedad atemorizada reduce sus posibilidades de acertar en la toma de decisiones. En cualquier crisis, y más en una de este tamaño, sentimos la necesidad de tirar de lo que sea para llegar a una solución. Hagamos de esa necesidad una decisión adecuada. Ya que la militarizada conlleva consecuencias: la exacerbación de actitudes en la misma línea latentes en ciertos sectores sociales (policías de balcón, por ejemplo). El militarismo polariza y no cura. Podemos decir, sin miedo a exagerar, que la primera víctima en esta crisis ha sido la empatía.

La eliminación del gasto militar es básica para conseguir una sociedad justa. Para el 2021 hay un gasto militar total de 34.525 millones de euros. Sí, repetimos: ¡34.525 millones de euros! Echando cuentas de las necesidades que han aflorado en esta pandemia, cualquier persona ya habrá hecho algunos cálculos sensatos en qué se deberían gastar. Podríamos preguntar a sanitarias y sanitarios, Protección Civil, cuerpo de bomberos, docencia, investigación científica...

Además, la correspondiente transferencia de ese inmenso gasto militar diario, 94,59 millones, a las necesidades que diariamente tiene la población, con o sin pandemia.

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