Días intensos donde los haya. En Argentina las noticias de la mañana siguen cayendo como un cubo de agua fría respecto al precio del dólar. Además, en Buenos Aires, lejos de acercarse el calor primaveral, rondamos los 3 grados y el frío se hace presente congelando también algunas sonrisas.
Este martes estuvimos en Provincia, alejadas del centro, en el barrio de La Maquinita, concretamente con cuatro mujeres que coordinan y llevan adelante un comedor social que responde al mismo nombre que el barrio.
Valeria, Ana, Graciela y Liliana son cuatro de las mujeres que forman parte de este comedor donde el cupo de comida es para 100 pibes. En este comedor, como bien cuenta Graciela, se vivieron muchas luchas y resistencias para que treinta años después de sus inicios les pibes puedan seguir llevándose un plato de comida a sus casas. El de Maquinita es uno de los más de cinco comedores que existen en la provincia de Buenos Aires, éstos y la Ollas populares van supliendo el hambre infantil.
Entre muchas cosas más, se nos ocurre que siempre son las mujeres las que cargamos con estas tareas reproductivas y comunitarias que ocupan nuestro tiempo libre en las demás y no para cualquier otra cuestión. Recordamos que hace unos días en otra crónica comentábamos que el Parque de las Victorias de Lugano estaba lleno de gente y mucha de ella jugando al fútbol, ocupando el espacio público y usándolo para ocio no consumista. Ese día le preguntamos a un compañero que dónde estaban las mujeres porque no las veíamos jugando al fútbol en el parque. No nos supieron contestar.
Hoy sabemos que las mujeres están ejerciendo las tareas reproductivas, algunas aisladas en sus casas, otras de forma comunitaria compartiendo su vida y su lucha. Así bien, el martes nos recibieron en su guarida unas guardianas comunitarias que combaten la crisis, la pobreza y el individualismo desde el comedor La Maquinita y nos contaron la historia del espacio.
La Maquinita es un espacio que empezó como comedor y en la actualidad es un espacio multifuncional donde se dan clases de primaria y secundaria, atención médica y se realizan mercadillos de trueque. Los productos para cocinar los menús vienen comprados desde el Ayuntamiento y ha sido así desde el comienzo del comedor hace treinta años. “Hubo temporadas donde tuvimos que vender rifas y hacer mercadillos para mantener el comedor” comenta Graciela, encorajada y sin ninguna pena.
Concuerdan las cuatro en que desde que asumió este gobierno hasta ahora el número de chicos y chicas que buscan la comida en el comedor ha ido aumentando. Lo comentan con un poco de tristeza pero convencidas de que después de las elecciones de octubre las cosas comenzarán a cambiar.
Por la tarde merendamos-comimos (con tanta cháchara se nos hicieron las cuatro de la tarde) por la zona comercial de Lanús. Entre unas cosas y otras nos llegó una noticia que amargaría un poco el día. La coordinadora de un comedor cercano nos había dejado esa misma tarde después de un tiempo largo en el hospital. Las compañeras, apenadas, explicaban que esta lucha es larga y dura, y que en algunas ocasiones la sobrecarga emocional y física acarrea consecuencias en la salud de las personas. Entre sonrisas y lágrimas, la compañera era recordada como una mujer fuerte, de aquellas que tiran "pa’lante" más allá de todas las adversidades.
El día fue largo y nos fuimos a dormir sabiendo que, entre tanta mierda, siguen existiendo y resistiendo espacios como La Maquinita y mujeres como Valeria, Ana, Liliana y Graciela que siguen creyendo que en la resistencia, el cariño y el barrio. “Nosotras no hacemos nada para nadie que no sean los chicos del barrio, a nosotras nos interesa que coman todos los días, no los partidos políticos” dicen, con convencimiento.
El compromiso de estas personas, ya sea con niños o con pibes, les lleva también a situaciones de tensión cuando saben que la policía esta tras ellas y que utilizaran cualquier artimaña para denunciarles o llevarles a dependencias policiales. Parar el trabajo de las máquinas que quieren destruir espacios sociales, mantener vivo un local comedor, buscar laburo para que la droga y el robo no sea la única salida etc. es penado y perseguido.
Se nos acaban los días en Buenos Aires y llega el momento de la despedida, ellas se quedan en su barrio, Fabio no podría vivir en otro lugar que no sea Lugano 1 y 2 y con sus pibes.
Valeria, da la vida por la comida para las más pequeñas, mientras busca soluciones a todo lo que pasa por su lado. Valeria y Fabio tienen el gen de la lucha y la resistencia, si es que este gen existe, sea como fuere no conciben la vida sin lucha. Así es la vida que se les ha dado y de la que se sienten orgullosas.
- Mi mama tuvo que luchar y enfrentarse por una casa para nosotras y esa fuerza para luchar es la herencia que nos ha dejado – nos dice Valeria orgullosa de su origen.
Con esa misma garra y energía de las compañeras de La Maquinita y el cariño de Lugano partimos nosotras para Córdoba, en busca de más espacios y personitas que nos recuerden que la lucha es larga porque vamos lejos.
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