De los fogonazos, ¿a las insurgencias?

fotoÁngel Calle Collado,  Autor de 'La Transición Inaplazable. Los nuevos sujetos políticos para salir de la crisis'. diagonalperiodico.net.- Llevamos, al menos, tres años de indignaciones muy visibles. Tiempos de bifurcación, de transición política y social en un país, hasta ahora, marcado por las agendas neoliberales de las élites y el conformismo táctico de la llamada izquierda. Así lo atestiguan, a mi entender, la sonoridad de las protestas del barrio burgalés de Gamonal, el propio 15M y sus coletazos en forma de mareas, la inquebrantable huelga de basuras en Madrid a finales de 2013, y desde hace dos años, los procesos políticos abiertos bajo las fórmulas de "asambleas constituyentes", foros cívicos o, más recientemente, las apelaciones a un frente de izquierdas como representaría la iniciativa Podemos de cara a las elecciones europeas de 2014. Se buscan nuevas formas y nuevos instrumentos para canalizar descontentos que ya son viejos. Fogonazos contestatarios, cada vez más estables, intergeneracionales y ampliando su legitimidad social: ¿son insurgencias sociales que caminan en una misma dirección?

Comenzando por el final de la pregunta, existen dos grandes gritos que están acumulando fuerzas, buscando estrategias colectivas para animar a la movilización social. Por una parte, el grito de “¡queremos decidir!”. La radicalización de la democracia como demanda de estos nuevos movimientos globales arranca, simbólicamente, con el zapatismo y su grito “¡Ya basta!”, allá por 1994. Hoy en día, no hay fuerza social emergente que no apele al protagonismo social. Se están experimentando estrategias de contestación, como el 15M pusiera de manifiesto, que destilan “hipersensibilidad frente al poder”, tanto en sus mensajes hacia fuera como en sus prácticas hacia dentro. Se están experimentando estrategias de contestación, como el 15M pusiera de manifiesto, que destilan “hipersensibilidad frente al poder”, tanto en sus mensajes hacia fuera como en sus prácticas hacia dentro El segundo gran grito es el de "¡queremos dignidad!" en un mundo en el que varios cientos de ricos controlan finanzas, presupuestos de los Estados y de los ayuntamientos, agendas mediáticas, etc. Ambas estrategias se aúnan cuando sabemos que, por ejemplo, 85 personas controlan ya la riqueza –monetaria– de otros 3.500 millones de seres humanos. Los gritos de dignidad y democracias "desde abajo" tienen sus ecos en Gezi, en Sao Paulo, en Senegal –“Y en marre!”–, en el #Yosoy132, en las asambleas de Islandia hace unos años y también en los procesos constituyentes o en las agrupaciones locales que indagan en un municipalismo –radicalmente– democrático. A algunas y a algunos les sabrá a poco tanta rebeldía aparentemente momentánea. Pero los procesos de cambio social “desde abajo” son dinámicas de lento reposo, pues requieren: demoler viejos miedos y renovados mitos que sirven para sostener a 'los de arriba'; construir nuevas prácticas que nos permitan desafiar colectivamente el poder; y recrear articulaciones que, desde fuera, sirvan para abrir fisuras en los intereses que pretenden ligar a los de arriba con los de abajo.

El empuje social es la piedra angular de este “Ya basta!”. No son viejas élites arrepentidas. Ni nuevas élites que reemplazan en las estructuras a las anteriores. Ni simples enunciados que hablan de más democracia y más atención a las necesidades reales de la gente. Son prácticas que, por pura supervivencia en muchos casos, buscan otros descontentos y explotan ante injusticias que sobrepasan los límites de una economía que puede sentirse como 'moral' o como 'justa'. Explosiones de rabia que hacen política con sus medios cercanos, como los lazos del barrio, las acampadas, un spray o una piedra frente a las autoridades autoritarias o el desalojo colectivo de las fuerzas de seguridad. Infrapolítica dicen algunos analistas. Y en esa línea, asistimos a lo de siempre: al caldo de cultivo que nutre la rebeldía desde lo político, desde lo más cotidiano, que va emergiendo y empapando a quienes se mueven o quieren moverse en la política, en los más público e institucionalizado. No hay derechos otorgados, hay situaciones conquistadas y ejercidas desde un empuje social.

Y aquí viene la primera parte de la gran pregunta sobre estas iniciativas: ¿son destellos o realmente representan formas de insurgencia, es decir, "levantamientos contra la autoridad"? y más aún, ¿son levantamientos que pueden construir una segunda transición política –nuevos partidos, nuevas formas de protesta– y hasta una tercera en la medida que proponen otra gestión del territorio más sostenible, social y ambientalmente hablando? Aquí la cosa se complica, sobre todo si queremos avanzar por la senda de meter a todo el mundo en el mismo saco. Vayamos entonces por partes.

Gamonal es hoy consecuencia de una historia de pequeños levantamientos en una barriada marginada de Burgos. Se nutre también del ciclo álgido de protestas en este país. Y ha acabado por sentar el precedente de decir no a la agenda de las megainfraestructuras, directamente ligadas al auge de la especulación financiera y la depredación política. Si el 15M representó la expresión, la gran conversación social, sobre aquello Gamonal es consecuencia de una historia de pequeños levantamientos en una barriada marginada de Burgos y ha acabado por sentar el precedente de decir no a la agenda de las megainfraestructuras que “lo llaman democracia y no lo es”, Gamonal es el Ya basta! de tintes más clásicos y obreristas, de memoria vinculada al movimiento vecinal en este país. Si este –ahora subterráneo– 15M encontrara más Gamonales, y con ellos surgiera una posibilidad de parar la máquina, de elevar el sindicalismo a práctica laboral y vecinal para detener las formas de producción y consumo, entonces hablaríamos de insurgencias de alto grado, de transformaciones radicales.

Mientras esa triple rebeldía se construye y se está buscando, surgen en el camino compañías que pueden ser, a la vez, retroalimentadores de esos fogonazos. Particularmente en Cataluña, la posibilidad de redifinir las formas institucionales de gobierno puede ser un camino para abrir la agenda a otras decisiones. Pero, por ahora, las élites catalanas parecen comandar dicha agenda. Si bien es claro el arraigo popular y la iniciativa de la consulta hay que leerla en consultas y movilizaciones previas que hicieron mover ficha a las élites, yo diría que el "frente nacional" domina al "frente social", como muestra la caída en la agenda política y mediática de toda crítica al pacto neoliberal del cual forman parte las élites catalanas y españolas. La futura consulta del 9 de noviembre, ambigua y reducida al formato de relación entre gobiernos, se encuentra amenazada por el cierre político del Gobierno de Rajoy y el apoyo creciente entre la burguesía catalana para forjar un pacto. Aún es débil el "frente de construir desde abajo", de mayor autogobierno desde la ciudadanía y la llamada sociedad civil, cooperativismos e instituciones locales incluidas. Pienso que la agenda del 9N habría de ser desbancada, para caminar en ese sentido emergente, social y capaz de trazar otras europas, por procesos de construcción de derechos y de contestación a la propia consulta institucional mediante una consulta popular, abiertamente desafiante del Sí-No como expresión de democracia. Experiencias “desde abajo” como el Procés Constituent o las Trobadas per la Unitat Popular podrían servir de base para ello.

Mirando iniciativas de asalto a las instituciones parlamentarias, Podemos se lanzaba para “mover ficha y sumar, ofreciendo herramientas a la indignación y el deseo de cambio”. Y lo cierto es que, a tenor de conversaciones sociales y virtuales, ha supuesto un revulsivo para hablar de cómo compartir unos mínimos de agenda frente al neoliberalismo, de utilizar la política para hacer otra política. Aún está por ver si dicha política lleva al protagonismo social y no a una estrategia de marketing para (re)fundar un partido Aún está por ver si dicha política lleva al protagonismo social y no a una estrategia de marketing para (re)fundar un partido; si avanza en el futuro hacia la conexión con y desde bases sociales –mareas, sindicalismo arraigado en los lugares de trabajo, acampadas por la dignidad, economías orientadas al compartir y a la sustentabilidad, etc.–; si se percibe como acompañante del empuje social y no es un simple reemplazamiento de élites en las estructuras de alternativas políticas. Pensando en un medio plazo, la política de la urgencia no está siendo un buen aliado de esta iniciativa. La oferta de crear “círculos sociales”, los pactos con otras formaciones incipientes como el Partido X, la conformación de unas líneas generales de trabajo y no de un programa político o la condensación mediática en torno a figuras y no a “mareas sociales” no contribuyen a modificar algunas esencias de la política que se trata de impugnar. En particular, espero que en los próximos años éstas u otras iniciativas sean revulsivos para cambios trabajados con más tiempo, con empuje social, desde otras herramientas que no hagan del marketing político su palanca principal de impulso.

Pero qué duda cabe que Podemos mueve escenarios. La idea de retomar el protagonismo social o la idea de los rebeldes se buscan –aunque limitándose a partidos ya estructurados– ha estado en sus discursos desde un inicio. En este sentido, se han impulsado movimientos, aperturas y apoyos desde sectores sensibles a un cambio en una izquierda institucional que, a pesar de la crisis, no despega como referencia política de la ciudadanía. Aún así, no basta para hablar de insurgencias en lo institucional. Ni para poner en marcha medidas reales de desafío para recuperar derechos laborales, sindicales o propuestas de soberanía alimentaria. La territorialización, la creación de agendas deliberativas –más allá de la Unión Europea como diana electoral– la politización local de la economía –orientándola a necesidades comunes desde un renovado cooperativismo–, la progresiva municipalización democrática de estas agendas –único escenario de contacto directo hoy con la política institucional–, así como la creación de una esfera realmente participativa y plural –en temas, dinámicas de contestación, personas referentes– serviría para recuperar la política desde lo político.

Pero no hay una fórmula precisa, ni una única palanca que nos sirva para levantar el mundo. Caminamos cuestionando, dirían desde Chiapas. Y ahí están fenómenos recientes que limitan el “protagonismo social” como vía de cambios en el corto plazo: Islandia, su “revolución social vikinga”, y no cambiar sustancialmente la agenda bipartidista; Ahí están fenómenos recientes que limitan el “protagonismo social” como

vía de cambios en el corto plazo: Islandia, su “revolución social vikinga”, y no cambiar sustancialmente la agenda bipartidista Italia, el Movimiento 5 Estrellas, y terminar construyendo espacios donde la democracia también parece ausentarse; Brasil, donde el PT quiere abrazar la movilización social, y atreverse a proponer asambleas constituyentes, dado que no variará la constelación de fuerzas que se sientan en el parlamento, merced a la mano visible de las élites financieras y de aquellas transnacionales sedientas de globalización que gobiernan los medios comunicativos y los dispositivos de votación cada cuatro años.

Tampoco es cuestión de sentarse a esperar la emergencia conjunta de Gamonales, 15M y sindicalismos vivenciales no co-gestores. Las islitas sociales –cuando son nuevas experiencias dirigidas a sectores amplios de la población– acentúan la necesidad general de búsquedas, quizás porque procedan de naufragios, aunque no bastan para hacer emerger por sí mismas otros continentes, no siempre. Para tener vocación de insurgencias, las iniciativas de cambio "desde abajo" precisan dinamizar nuevas articulaciones entre los descontentos, pensar cómo y dónde visibilizar conflictos para ganar simpatías, caminar contestando desde el protagonismo social y no olvidarse de que “lo viejo” tiene también algunos aprendizajes que aportar a “lo nuevo”. Pero el riesgo de lanzarse a la política –institucional– y caer en el espectáculo está muy presente. Sobre todo cuando el empuje social –la protesta y la radicalización de la democracia– pasa a considerarse como un simple preludio de algo 'superior', que habrá de ser canalizado 'adecuadamente', y no el lugar donde la política es reinventada históricamente.

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