Ecobulos

Viñeta15-M Ronda. En pocas palabras.- La lucha contra el cambio climático se ha convertido en un gran negocio. A pesar de la creciente regulación, la ciudadanía está indefensa ante los bulos “sostenibles” para vender más productos.

Estamos rodeados de productos “sostenibles”, “neutros en emisiones”, “respetuosos con el medio ambiente”, “circulares”, “conscientes”, “verdes”, “bio” o, —quizá en el colmo del cinismo— “beneficiosos para el planeta”. La narrativa empresarial es un campo abonado con hipocresía, y para combatirla también nacen palabras nuevas. Greenwashing (en castellano podría traducirse como ecoblanqueamiento), lavado de imagen verde, ecoimpostura, postureo ambiental, ecoblanqueo. Este término empezó a emplearse en círculos ecologistas en la década de 1970, pero no alcanzó carta de naturaleza académica hasta que el biólogo y activista medioambiental estadounidense Jay Westerveld lo empleó en un artículo en 1986, dónde criticaba una campaña de la industria hotelera que pedía a la clientela reutilizar toallas con la excusa de ahorrar agua y cuidar del planeta, pero cuyo objetivo real era ahorrar costes a las empresas turísticas. Mentiras verdes para ganar dinero, así funciona la tela de araña del ecopostureo para atrapar a las personas consumidoras.

En materia financiera la Unión Europea define el greenwashing del siguiente modo en el Reglamento 2020/852 (punto 11): “el blanqueo ecológico hace referencia a la práctica de obtener una ventaja competitiva desleal comercializando un producto financiero como respetuoso con el medio ambiente cuando, en realidad, no cumple los requisitos medioambientales básicos”.

El pasado noviembre, la Organización Europea de Consumidores y Consumidoras, que agrupa a 45 organizaciones de 31 países, trasladó a la Unión Europea una denuncia por supuestas afirmaciones engañosas sobre la reciclabilidad de las botellas de agua de Coca-Cola, Danone y Nestlé.

En 2020, la Comisión Europea analizó 150 alegaciones ambientales incluidas en miles de productos y constató que un porcentaje considerable de ellas (53,3 %) proporcionaba información vaga, engañosa o infundada sobre las características de los artículos. (¿qué es, si no, que el Parlamento comunitario haya definido la energía nuclear y el gas como “verdes”?).

¿Es sostenible y saludable todo lo que parece verde? Las prácticas de lavado de imagen verde las utilizan empresas de la alimentación, de la automoción, de la aviación, de las finanzas, de la energía, de la minería, del turismo e incluso de la industria armamentística.

Hay estudios que indican que menos del 5% de los productos que nos venden como “verdes” lo son realmente. Es decir, más del 95% de los supuestos productos “verdes” son un engaño.

Por ejemplo, el Banco Santander y BBVA, a pesar de haber publicado en los últimos meses sus planes y estrategias para combatir el cambio climático, sus prácticas distan mucho de lo que realmente dicen. Desde que se firmó el Acuerdo de París, en el año 2016, ambas entidades han invertido 56.387 millones de dólares en combustibles fósiles, 34.036 millones el Santander y 22.351 millones el BBVA.

Según el informe “Emergencia Climática en España” del Observatorio de Sostenibilidad (2019), Endesa es la empresa que más contamina de España y el mismo día que dio comienzo la Cumbre del Clima de Madrid (02/12/2019), las ocho cabeceras de periódicos más importantes del país tenían en su portada que era la empresa que lideraba el cambio hacia una sociedad libre de emisiones.

Además, bajo la etiqueta verde se está produciendo un intenso proceso de neocolonialismo que se basa en trasladar los problemas ecológicos del Norte hacia los países del Sur, desde la industria minera a la chatarra tecnológica amontonada en las costas de algún país africano. En este sentido, las y los consumidores de países ricos deben tomar conciencia y establecer alianzas globales que incluyan los intereses y los derechos del consumidor del Sur.

El cambio climático, desde una lógica de mercado, es una mercancía más que se va a valorar según lo que sea más rentable para los inversores, blanqueando de cara a la opinión pública sus efectos más nocivos.

Así, los ecobulos van un paso más allá de la deshonestidad para convertirse en una actividad peligrosa e, incluso, especialmente en el caso del cambio climático, delictiva.

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