Si se puede evitar un suicidio colectivo

cartelEn pocas palabraS. 15-M RONDA.- En la actualidad el mundo se enfrenta a una amenaza nuclear sin precedentes, la situación de mayor tensión desde la Segunda Guerra Mundial.

Las armas nucleares, junto a la crisis climática, son dos realidades conectadas que se influyen y que constituyen un riesgo existencial para la vida y el planeta, como han evidenciado multitud de investigaciones. Desde la Guerra Fría la cantidad de armas nucleares en el mundo ha disminuido significativamente, de aproximadamente 70.300 en el año 1986 a unas 12.700 a principios de 2022. Pero desde la caída del muro de Berlín, el número no solo se ha mantenido estable, también ha aumentado en algunos casos. Actualmente nueve países poseen el total del arsenal nuclear. Aproximadamente el 90% de todas las ojivas nucleares son propiedad de Rusia (5.977) y Estados Unidos (5.428), el podio lo completa China, con 350, luego Francia (290), Reino Unido (225), Pakistán (165), India (160), Israel (90) y Corea del Norte (20) … que se sepa porque cada país guarda bajo siete llaves el número exacto y su ubicación precisa.

Solo en el año 2022, los nueve estados que poseen armamento nuclear gastaron 82.900 millones de dólares en sus arsenales, 157.664 dólares por minuto, una cifra que aumentó por tercer año consecutivo. Más de la mitad del total del gasto correspondió a Estados Unidos, seguidos por China y Rusia.

El mundo tiene sobrada capacidad para autodestruirse varias veces. La más pequeña de estas bombas es unas diez veces más potente que la que se lanzó sobre Hiroshima. La detonación de una sola de estas armas nucleares «tácticas» tendría efectos devastadores. Una guerra nuclear a pequeña escala, comprometería el futuro del planeta. Sería un suicidio colectivo.

Así lo constata, por ejemplo, el Reloj del Apocalipsis, una iniciativa del Boletín de Científicos Atómicos. En sus análisis de medición de riesgos, por segundo año consecutivo, ubican a la humanidad a tan solo 90 segundos de la medianoche, es decir, de una catástrofe global. Se estima que 3.844 cabezas nucleares están desplegadas en misiles o aviones, y unas 2.000 se encuentran en estado de máxima alerta, listas para apretar el botón.

En julio de 2017, la comunidad internacional adoptó un tratado histórico: el TPAN. Con el apoyo de una amplia mayoría de países –122 votos a favor– y ante la arrogante y elocuente ausencia de las potencias nucleares y sus países aliados, entre ellos los miembros de la OTAN, quienes, a excepción de Países Bajos, no participaron en la votación. La Asamblea General de las Naciones Unidas alcanzaba un hito que ponía broche a décadas de activismo de la sociedad civil.

España sigue dándole la espalda a este tratado, a pesar de está en vigor. Las armas nucleares están legalmente prohibidas a nivel internacional, y desde la sociedad civil podemos y debemos interrogar a nuestros representantes políticos: ¿de qué lado están?

Hasta ese momento, las armas nucleares eran las únicas armas de destrucción masiva que, a diferencia de las armas químicas o biológicas, no estaban prohibidas a pesar de sus catastróficas consecuencias. En este logro jugó un papel clave la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares que, meses después, sería galardonada con el Premio Nobel de la Paz.

El activismo antinuclear se dotaba así de una valiosa herramienta con la que impulsar su trabajo. En vigor desde enero de 2021, el tratado marca el camino para seguir avanzando hacia un fin último, el de vivir en un mundo libre de armas nucleares.

El TPAN, a su vez, venía a ser también un acto de justicia y reconocimiento frente al dolor y el profundo legado que estas armas han dejado en la vida de las personas que, durante generaciones, han sufrido sus impactos, los hibakusha -término japonés para los supervivientes de los bombardeos nucleares de Hiroshima y Nagasaki en 1945- y las víctimas de los ensayos nucleares.

El Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo nos advierten: «Nos adentramos en uno de los periodos más peligrosos de la historia de la humanidad». Frente a esta amenaza es urgente unir esfuerzos para reivindicar la aplicación efectiva de los tratados y conseguir que la disuasión nuclear sea una realidad del pasado.

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