Enric Llopis. rebelion.org.- “La alimentación sana y nutrición adecuada no es una cuestión de elección sino de derechos; sin embargo el sistema alimentario está consiguiendo que el acceso a alimentos y no a meros productos comestibles sea un lujo, y sobre todo que la población ni siquiera se lo cuestione”, afirman las autoras.
“El hambre mundial empeoró de forma espectacular en 2020”, subraya la FAO en el informe El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo (julio 2021). Uno de los motivos principales es la pandemia de la COVID-19. El incremento mayor se produjo en África. En 2020 -añade el organismo de Naciones Unidas- padecía subalimentación en torno a una décima parte de la población mundial (hasta 811 millones de personas), frente al 8,4% de 2019.
En la estadística puede apreciarse la brecha de género: por cada 10 hombres en situación de inseguridad alimentaria, había 11 mujeres. Y el impacto de la malnutrición en la infancia: más de 149 millones menores de cinco años sufrieron retraso en el crecimiento y cerca de 39 millones, sobrepeso. En 2020, apunta la FAO, “no menos de 3.000 millones de adultos y niños seguían sin poder acceder a dietas saludables, en gran parte a causa de los costos excesivos”.
En el estado español, el INE publicó a mediados de julio las cifras de la Encuesta de Condiciones de Vida-2020 (con los ingresos de 2019). La tasa de población en riesgo de pobreza o exclusión social se situó en el 26,4%, frente al 25,3% de 2019. Un incremento significativo se produjo en la población con carencias materiales severas: pasó del 4,7 en 2019 al 7% en 2020. La Encuesta del INE indica, asimismo, que el 5,4% de los hogares no podía permitirse una comida de carne, pollo o pescado al menos cada dos días (3,8% en el año 2019 y 2,6% en 2012).
Las citadas estadísticas podrían enmarcar el ensayo de 106 páginas de Isa Álvarez Vispo, Mari Fidalgo, Ruth L. Herrero y Lucía Shaw ¿Qué comen las que malcomen?, editado por Coordinación Baladre y Distribuidora Zambra, en colaboración con Ecologistas en Acción y la CGT. “La alimentación sana y nutrición adecuada no es una cuestión de elección sino de derechos; sin embargo el sistema alimentario está consiguiendo que el acceso a alimentos y no a meros productos comestibles sea un lujo, y sobre todo que la población ni siquiera se lo cuestione”, afirman las autoras.
Una de las iniciativas medulares para Baladre es la Renta Básica de las Iguales (RBis), que el economista José Iglesias Fernández define como “instrumento de acción política y social que garantiza la redistribución de la renta”, y también como una herramienta de lucha contra el capitalismo.
Además la RBis ha de incorporar los siguientes rasgos: individual (no familiar); universal (no contributiva y para todas); e incondicional (sin considerar los ingresos ni la vinculación con el mercado laboral del perceptor). Respecto a la cuantía, ésta tendría que ser al menos equivalente al umbral de la pobreza, y se percibiría una parte en mano y otra en forma de bienes de uso colectivo.
En un cuadro comparativo, Isa Álvarez Vispo, Mari Fidalgo, Ruth L. Herrero y Lucía Shaw esbozan el modelo de Baladre. Se basa en el feminismo (actualmente las mujeres son las “peor-comidas” y las más invisibilizadas); lo colectivo (perspectiva comunitaria y equilibrio con el planeta); la denuncia del capitalismo (aunque “se pinte de verde, rosa y azul”); los cuidados, incluida la salud mental y emocional; la autogestión; la agroecología (el alimento considerado desde la semilla hasta el plato); y una ruptura de la polaridad entre los medios rural y urbano.
En un sentido contrario se despliega la caridad, las burbujas, el estigma de la pobreza y la precarización de la vida; el individualismo, la intermediación, las grandes superficies, los bancos de alimentos asistenciales, los comedores escolares de baja calidad, los alimentos procesados/congelados y la alimentación de reciclaje, detalla el cuadro comparativo. Las investigadoras resaltan que las “colas del hambre”, la obesidad y la diabetes, el precariado como nueva clase social y las desigualdades forman parte de la realidad cotidiana en el mundo “desarrollado”.
Según el texto de Zambra-Baladre, “mientras hace 10 años las personas empobrecidas transitaban entre Comedores Sociales, Bancos de Alimentos, Contenedores de Basura y Bonos de Comida; en la ‘crisis’ de la COVID se han visto muchos más procesos de autoorganización popular, como las Despensas de Alimentos o los Comedores Comunitarios frente a ‘falsas soluciones’ institucionales como las de alimentar a criaturas a través de Telepizza”.
¿En qué consiste el modelo del Banco de Alimentos? Se trata, según las autoras, de una de las formas de “asistencialismo alimentario”. El Fondo Español de Garantía Agraria (FEGA), dependiente del Ministerio de Agricultura, ha adquirido en 2021 -mediante el procedimiento de licitación pública- cerca de 60 millones de kilogramos/litros de alimentos, a empresas adjudicatarias como Maicerías Españolas SA (arroz blanco de la marca Dacsa); Galletas Gullón SA (galletas de la marca Gullón); Carnes y Vegetales SL (tomate frito en conserva de la marca Apis); o Hero España SA (tarros infantiles Hero Baby).
Designadas por el FEGA, Cruz Roja y la Federación Española de Bancos de Alimentos (FESBAL) distribuyen estos alimentos a más de 5.450 organizaciones asociadas de reparto, para atender a “las personas más desfavorecidas”; el programa está financiado con fondos europeos (85%) y del estado español (15%).
Por otra parte, las deducciones fiscales por donativos y la publicidad tal vez expliquen algunas iniciativas. Por ejemplo Mercadona donó 10.000 toneladas de alimentos durante el primer semestre de 2021 a comedores sociales, bancos de alimentos, Cáritas, Cruz Roja y otras entidades; la cadena de supermercados anunciaba en un comunicado que, de este modo, “devuelve a la sociedad parte de lo que recibe de ella”.
Respecto a los comedores sociales, señalan las autoras de ¿Qué comen las que malcomen?, “generalmente este modelo lo desarrollan entidades caritativas, de corte religioso en su mayoría (algunas de corte político de extrema derecha han aflorado en los últimos años) y también se dan modelos municipales que suelen estar subcontratados a empresas de inserción o grandes empresas de catering”.
De otro modo actúa la Despensa Solidaria de Carabanchel, autogestionada por vecinas de este barrio madrileño. Defienden el apoyo mutuo. Comparten cestas con alimentos y productos de primera necesidad que donan familias, asociaciones y comercios de la barriada. Asimismo denuncian “el sistema capitalista de la gran distribución y consumo, que desecha millones de toneladas anuales de alimentos y participa en la explotación laboral de los y las empleadas” (comunicado abril 2020).
Otra iniciativa de interés es la promovida por la Asociación Cultural Gitana Vencedores. Surgido en 2008 en el Polígono Sur de Sevilla, el colectivo ha logrado -gracias a una campaña de micromecenazgo (#GazpachoGitano)- poner en marcha una cocina industrial comunitaria contra la exclusión social; así, el pasado 8 de abril, la Fundación Coop57 informaba de que la cocina ya preparaba comidas para 70 hogares y priorizaba tanto los productos locales como la calidad nutricional. El proyecto se basa en la horizontalidad y el apoyo mutuo.
El texto menciona ejemplos de huertos como los de Abetxuco, en Vitoria-Gasteiz, donde también tienen encaje los intercambios culturales. Otro ejemplo de buenas prácticas son los vales de mercado municipal en el municipio de Barberà del Vallés (Barcelona), promovido por las técnicas de la sección de Bienestar Social y Salud del Ayuntamiento. Entre los objetivos, complementar con producto fresco la ayuda del banco de los alimentos a las personas con escasos recursos; y además, fomentar una dieta equilibrada y saludable.
Surgido en 2009, el comedor solidario París 365 de Pamplona facilita durante todo el año tres comidas diarias –por el precio de un euro al día- a las personas que acrediten la necesidad y pasen –previamente- una entrevista con el Grupo de Acogida. En el segundo trimestre de 2019 compartieron 3.086 desayunos, 3.096 comidas y 1.725 cenas (103 hombres y 70 mujeres); colaboraron en la iniciativa 105 personas voluntarias y nueve en prácticas. La ONG cuenta asimismo con una despensa solidaria, destinada a familias con menores a su cargo, escasos ingresos y que puedan disponer de cocina propia.