Ángel Calle. Comunaria.net. elsaltodiario.com.- Leo con frustración que “se ha cerrado un ciclo municipalista”. Me pregunto de qué ciclo estamos hablando, qué se entiende por municipalismo, que interpretaciones llevan a suponer que las elecciones son la fuente del necesario poder social que nos habrá de recetar otros mundos.
¿Crisis del ciclo municipalista?
Leo con frustración que “se ha cerrado un ciclo municipalista”. Me pregunto de qué ciclo estamos hablando, qué se entiende por municipalismo, que interpretaciones llevan a suponer que las elecciones son la fuente del necesario poder social que nos habrá de recetar otros mundos.
Vayamos por partes. Es claro que si lo político se encuadra en la gestión de lo público e institucionalizado, efectivamente el ciclo que dio lugar a “las alcaldías del cambio” hace cuatro años se encuentra tocado. Aunque encontramos un abanico amplio de situaciones. Caen proyectos. Estrepitosamente lo hacen plataformas como la surgida en Zaragoza 4 años atrás, y con muchas tensiones internas. Pierden presencia A Coruña, Santander o Jerez. Tocada pero no hundida prosigue la tradición abierta por En Comú Podem en Barcelona. Renueva alcaldía la gente de Compromís en Valencia. Deleitándose en el “Cádiz es de izquierdas”, Adelante Cádiz roza la mayoría absoluta. Ganemos en Común Córdoba se convierte en una candidatura asamblearia asesinada antes de poder concurrir por las malas artes judiciales y empresariales de quienes se lucran con la inscripción de marcas partidistas (Ganemos en este caso). Madrid deja un mal sabor de boca, agrio sin duda por cómo se llegaron a configurar los diferentes proyectos, desgastadas o rotas las vías de comunicación entre Más Madrid, que arrastró sin embargo a un 31% del electorado, Podemos y Madrid en Pie Municipalista.
Se trata de ciudades grandes, espacios de referencia que introdujeron políticas públicas donde no había (atención sanitaria, apertura de escuelas infantiles, mínimos vitales y habitacionales), impulsaron programas de cogestión (cultura, espacios comunes, monedas sociales), se embarcaron en el apoyo a la remunicipalización o al lanzamiento de empresas públicas (agua, comercializadoras eléctricas) o acudieron en auxilio de una solidaridad más allá de sus territorios (frente a dramas como el endeudamiento o las migraciones forzosas). Ciudades situadas en la órbita de las autodenominadas “alcaldías del cambio” que introdujeron una nueva gestión pública que invitaba a sacar los pies del tablero de juego político y económico, como demostraron en Barcelona las iniciativas por una economía social-solidaria, la oposición al crecimiento del turismo de masas o el distanciamiento frente a políticas autoritarias (desarrollo del 155 en Catalunya). Como dijo en la noche electoral Ada Colau, era más fácil entrar sin que los poderes de la ciudad estuvieran tan atentos a nuestras políticas, donde el factor sorpresa hizo minusvalorar a aquellos la importancia de esas valiosas políticas que hablan de relocalizar, de derechos fundamentales, de derechos.
Recordemos que el municipalismo se escribió en este país, desde tiempos del cantonalismo hace cerca de 150 años, en pueblos pequeños, en comarcas rebeldes
Comparto tristezas, nostalgias, ánimos de seguir construyendo. Pero no estoy de acuerdo con esa insistente acumulación de protagonismo por parte del sector partidista del municipalismo. El municipalismo, entiendo yo y se entendía hasta ahora, como un conjunto de prácticas que nos dan más autogobierno en nuestras ciudades o pueblos. Propone la apertura de puertas de lo instituido (de una democracia representativa a una democracia participativa) partiendo de la necesaria institución de organizaciones y asambleas sociales (autonomía social como base de la radicalización de la democracia). No estoy de acuerdo tampoco con el acaparamiento de la idea de “ciudad” como precursora de ese municipalismo: cierto que allí se dirigen los humanos, pero no menos cierto que las tradiciones municipalistas más significativas y que aún perduran en este país (en lo electoral o en lo social) provienen de candidaturas rurales, periurbanas. Recordemos que el municipalismo se escribió en este país, desde tiempos del cantonalismo hace cerca de 150 años, en pueblos pequeños, en comarcas rebeldes. Tras la transición, y como ejemplo de lo anterior, tenemos la coordinación de las Candidatures Alternatives del Vallès (CAV) en Catalunya y las plataformas municipalistas pre-15M surgidas en defensa del territorio en lugares como los pueblos de la Vega de Granada o Tierra de Barros en Extremadura. Hoy esa política de la proximidad continúa teniendo su asiento institucional tras las pasadas elecciones en localidades más pequeñas como Orendain, el Movimiento Ciudadano de Cartagena o la mayoría absoluta de Izquierda Unida en Zamora. Por supuesto que las “ciudades” son elementos de contestación indiscutible e indispensable frente a la barbarie. Pero el pico del petróleo, la menor disponibilidad de fosfatos o de cobre par la agricultura convencional y el avance de la desertificación en esta parte del mundo las harán espacios cada vez más injustos e inhabitables a lo largo de las próximas décadas.
¿Fin de la era post15M?
En la lectura del desastre municipalista priman dos ecuaciones. Una: la política pasa por la evolución de las maquinarias partidistas. Dos: el espíritu del 15M era el que impregnaba el llamado “asalto a las instituciones” desde lo local. Matizo mucho las anteriores afirmaciones. El poder para cambiar determinadas legislaciones en materia de acceso a vivienda, pago de deudas o creación de mercados locales agroecológicos requiere herramientas para presionar y alterar normas. Pero, sin duda, el necesario oleaje movilizador de la ciudadanía pasa por la ilusión y las tripas, por diferentes descontentos que consiguen arracimarse y por los repertorios que se muestran desafiantes frente al status quo. Porque dicho oleaje es lo que altera las aguas en las que navegamos políticamente. En medio de nuestras incertidumbres vitales, es ahí donde hoy pesca sus apoyos la ultraderecha, más aún tras la voxización paulatina del Partido Popular y en menor medida de Ciudadanos. Aguas culturales conectadas a un empuje social (reclamando derechos, reconociéndose en formas de vida, apostando por una idea de justicia) que, como dijera la propia Ada Colau, no se han trabajado tanto como uno pensaría en un ciclo que se pretende contracultural. En su lugar, se ha insistido mucho en racionalidades como la mejor gestión o el menor endeudamiento, sin duda algo necesario a exhibir pero poco aglutinador en un tablero marcado por mensajes más bien directos y cargados de iniciativas efectistas.
Las nuevas maquinarias post-15M, entre ellas Podemos y sus múltiples variantes, no se han reconocido ahí, no han venido de ensalzar las plazas. Antes bien han venido a reforzar la idea de que aquellas plazas constituían la consabida “fase infantil” del izquierdismo
En segundo lugar, el 15M no fue ni más ni menos, ni mejor ni peor, que una escuela ciudadana y un descontento desbordado para con la elitización de la política y de la economía que se nos impone. En las plazas se apostaba, como propuesta general y de organizarse internamente, por una radicalización de la democracia. Las nuevas maquinarias post-15M, entre ellas Podemos y sus múltiples variantes, no se han reconocido ahí, no han venido de ensalzar las plazas. Antes bien han venido a reforzar la idea de que aquellas plazas constituían la consabida “fase infantil” del izquierdismo. El ciclo político electoral-municipalista venía en parte a remedar aquello. Y no tenía problemas en aparcar sus mimbres sociales y en parecerse al poco de nacer (en programas, formas y democracias “digitales”) a aquellas otras organizaciones partidistas a las que se pretendía destituir.
Si hay que concurrir a las elecciones habrá que hacerlo de otras maneras, con otros mimbres. Y buscando sinergias posibles más allá de sillones y siglas. Porque el municipalismo no pertenece a un partido. Mucho menos el hacer a favor de procomunes. El ejemplo de cómo se ha organizado la Red Municipalista contra la Deuda Ilegítima o la Red Terrae en el campo de la agreocología apuntan hacia las prácticas, a dejar la pertenencia a partidos a un lado. Desde lo social y hacia lo social. Que no es otra cosa que la base del municipalismo: adquirir en nuestros territorios más dosis de auto-gobierno, problematizar y relocalizar nuestras economías para, desde ahí, pasar a abrir instituciones. Son los dos movimientos típicos de los que nos hablaba el municipalismo libertario, que tienen a Janet Biehl y Murray Bookchin sus referencias: democratizar la república (las instituciones existentes) desde la radicalización de la democracia (lo instituido al margen).
En este sentido, las políticas de las grandes ciudades han recordado más a las apuestas del derecho a una vida digna en una ciudad, más gestor que democratizador, propio del socialismo utópico francés (Saint-Simon y Fourier) y del municipalismo anglosajón del XIX (la izquierda radical de Joseph Chamberlain y Beatrice Webb). Se trataría de atender y gestionar de otra forma nuestros ayuntamientos para construir y distribuir “riqueza en una comunidad”. Pero no se han aproximado, por lo general, a las raíces libertarias o a las propuestas territoriales del municipalismo: relocalizar ciclos energéticos y materiales mediante economías impulsadas por la participación social y el cooperativismo, aproximarse a las economías solidarias y regionales de Rojava en el Kurdistán o a las prácticas de intermunicipalismo de los y las zapatistas, descentralizar más como medio de socializar que de gestionar de forma próxima.
No se ha cerrado un ciclo municipalista. Se está reconociendo que o el municipalismo parte de una dinámica social o solo será un juguete en manos de las élites
Presentes y futuros
¿Qué ha faltado? Más bien la pregunta sería ¿qué ha sobrado? Ha sobrado mucho protagonismo de los partidos y los cargos electos, se ha hecho más política local que de relocalización (más empresas que nuevos comunes, por ejemplo), ha faltado complicidad entre territorios más allá de un puñado de ciudades necesitadas en reinventar ordenanzas y promover otros presupuestos, hay orfandad en el municipalismo que permanece desarticulado y ahora sigue más a tribus políticas que a prácticas, ha habido mucha gestión y poco desborde, mucha dirección y poca escucha o complicidad con los ritmos sociales, tendrían que no haber existido iniciativas tan “digitales” y presidencialistas como las surgidas al calor de partidos atrapa-todo (surgidos a partir de 2014) aterrizando en lo local de cualquier manera, se ha llegado a entender como crecimiento de una política municipalista exclusivamente lo que hace crecer “mi” organización en clave local a través de grupos “afines”, he visto mucha espectacularización cuando lo que necesitábamos eran procesos, vivencias y no relatos grandilocuentes, se ha hablado de agendas feministas y han sido más parches que tenían en cuenta las desigualdades de géneros aunque solo a ratos, etc.
Si tales “excesos” se dan además en un contexto nada favorable, tienen ustedes ya servidos el fin del ciclo y de cualquier atisbo de una política crítica y emancipadora. La selección de la fecha, un mes posterior a las elecciones generales, ha supuesto que las municipales se leyeran a veces en contextos nacionales y no de cuestiones municipalistas: ERC que suplanta a JxC en Barcelona o el auge del “voto útil” al PSOE frente a la ultraderecha son prueba de ello. Se suma la hostilidad rabiosa y omnipresente de medios neoconservadores con abundancia de recursos y entramados para echar por tierra avances nítidos en transparencia y democratización, el abandono de redes clientelares o de las asumidas malversaciones de fondos. Nada fácil.
Concluyo. No se ha cerrado un ciclo municipalista. Se está reconociendo que o el municipalismo parte de una dinámica social o solo será un juguete en manos de las élites. Conviene respirar, aprender, tomar nota, seguir construyendo. El municipalismo seguirá necesitando prácticas desde las instituciones. Bienvenidas si son promovidas por otros partidos, se sientan compañeros de viaje o no. Y felicidades para quien, desde lo social o desde las instituciones, han abierto fisuras, sembrado formas de auto-gobierno. Seguimos, eso sí, atentos y atentas a la necesaria base social de todo ciclo municipalista.
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