15-M RONDA. En pocas palabras.- El actual mundial de fútbol de petrodólares ha gastado más de 200.000 millones de dólares en la preparación del mundial, más que el PIB anual de Grecia.
En 2014 el Sunday Times (un periódico del Reino Unido) anunció que contaban con documentos que demostraban pagos a diferentes miembros de la FIFA (que soñaban con los 6.000 millones de dólares que ingresará por este evento deportivo) para apoyar la candidatura de Qatar al Mundial. Qatar contaban con un presupuesto inagotable para doblegar las voluntades del universo fútbol. Además, es un mundial de fútbol de sangre porque ha costado la vida a más de 6.500 personas que murieron originarias de India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka, según los datos recabados en las embajadas de esos países en el emirato. La cifra no incluye los muertos después de 2020, y tampoco los fallecidos de otras nacionalidades, como Kenia o Filipinas. Aun así, hablamos de un promedio de 12 fallecidos por semana.
El actual mundial de fútbol, el evento deportivo que más dinero mueve del planeta, se realiza en un pequeño país desértico, cuya candidatura fue calificada en alto riesgo por las altas temperaturas y la falta de infraestructuras; donde la democracia, los derechos humanos y las libertades brillan por su ausencia; y en el que las mujeres son subyugadas y la comunidad LGTBI perseguida.
La familia Al Thani de Qatar está al frente de la monarquía absolutista desde mediados del siglo XIX. Son los amos y señores de Qatar, con un patrimonio de unos 350.000 millones de dólares, decidieron comprar el Mundial de fútbol, aunque en el país casi nadie sabe nada de ese deporte, pero se asegura una audiencia potencial de 5.000 millones de personas y 1,2 millones de turistas, aproximadamente.
Qatar es un país de 11.586 kilómetros cuadrados (poco más que la Comunidad Autónoma de Madrid), donde viven unos 2.641.000 habitantes, de los que sólo 250.000 son qataríes; el resto son extranjeros que trabajan y viven allí; son el 94% de toda la fuerza laboral del país.
Los trabajadores son los nuevos esclavos de la modernidad, reducidos a la única y exclusiva función de producir. Han llegado allá obligados por la miseria y la escasez de trabajo en sus países, con la esperanza de poder enviar algún dinero a sus familias, para que puedan comer y que sus hijos puedan ir a la escuela. Muchos han contraído deudas de entre 2.000 y 4.000 dólares para poder llegar a Qatar, y han tenido que pagar tasas de entre 500 y 4.300 dólares a las agencias de contratación.
Los trabajadores son obligados a trabajar a temperaturas de hasta 50 grados, en jornadas de 12 y 14 horas diarias, seis días y medio a la semana, con escasas medidas de seguridad. Son frecuentes los retrasos de varios meses en los pagos, los incumplimientos de contratos e incluso la suspensión de los salarios.
Bajo un modelo laboral cuasi feudal donde los derechos de los trabajadores están supeditados a la voluntad de las empresas. El sistema prohíbe las huelgas y el sindicalismo, y silencia toda reivindicación y exigencia de mejoras laborales y salariales. Están prohibidos los partidos políticos y no existe la libertad de prensa.
Los trabajadores son la principal riqueza de Qatar, mayor que el petróleo o el gas. Sin su trabajo, no habría extracción de gas, ni construcción, ni aeropuertos, ni restaurantes, ni transporte, ni Mundial…
Qatar, ha conseguido en dos décadas un lugar en el mundo gracias a un ingrediente principal: el dinero. Más específicamente las rentas percibidas por el petróleo y especialmente el gas natural, del que es el primer reservista mundial.
Qatar emitirá 3,6 millones de megatoneladas de CO2, según un estudio de la Asociación Carbon Market Watch. Además, durará —siglos, probablemente milenios— el dióxido de carbono emitido en la construcción de nuevas megaciudades en tierra inerte y en los aviones que llevarán a los 1,2 millones de turistas que espera Qatar durante el mundial.
El mundo del fútbol es más permeable al dinero que a los asuntos de derechos humanos. El Mundial se ha realizado con el beneplácito de organismos internacionales, gobiernos y medios de comunicación, sin importar la vulneración de los derechos humanos. Y contribuirá a blanquear la dictadura qatarí, como ya lo hicieron los Juegos Asiáticos que Qatar organizó en 2006.