Por Raúl Zibechi, cipamericas.org .- El 15M le cambió la cara a España. Por debajo de los nuevos partidos electorales, que modificaron la relación de fuerzas parlamentaria, autonómica y municipal, los cambios que están promoviendo los movimientos sociales son tan potentes como los que encarna Podemos, aunque con mucha menos visibilidad.
“Esto me recuerda lo que vivimos allá”, dice Fabricio, un argentino que integraba el piquetero Frente Popular Darío Santillán y que ahora vive con su pareja y su hijo en Errekaleor, en la periferia de Gasteiz/Vitoria. Es que las crisis parecen despertar la creatividad de los seres humanos, en base a recuperar tradiciones hurgando en la memoria comunitaria común a la especie.
Lo que a Fabricio le entusiasma es la capacidad de recrear la vida en los márgenes con iniciativas de vivienda, de cultura y de producción similares a las que conoció en su juventud en el conurbano bonaerense. En el Estado Español abundan este tipo de emprendimientos que nacieron de la mano de los movimientos sociales al calor de la desocupación y la precarización del empleo. Pueden verse en casi todas las periferias urbanas, desde los pueblos hortelanos que rodean Valencia hasta las ciudades vascas, gallegas y asturianas, pasando por Madrid y la estepa castellana.
Las iniciativas de los movimientos españoles tienen algunas características en común con las que tuvieron los piqueteros y conservan los sin tierra y los indígenas: el arraigo territorial de las resistencias es quizá la más importante, que permite la creación de formas de vida alternativa en espacios propios, el despliegue de culturas diferentes a las hegemónicas y espacios de formación autocontrolados. Nada de esto hubiera sido posible sin la crisis; pero el gran desafío, como en todas partes, es si resistirán cuando las cosas mejoren, aunque por ahora nada indica que eso sucederá.
Las tres experiencias sociales que se detallan abajo, son hijas del 15M, aunque algunas hayan nacido mucho antes de esa fecha. Fueron las masivas acampadas en plazas a partir de la toma de puerta del Sol en marzo de 2011, las que dieron a los movimientos sociales el impulso y los objetivos para salir de la marginalidad y convertirse en alternativas de vida y dignidad para cientos de miles de españoles. La ocupación masiva de Sol, por poner apenas el primer caso, no fue sólo el pistoletazo de la salida sino sobre todo la demostración del “Sí se puede” que hizo carne en los movimientos sociales. Fue el paso de la impotencia a la acción, del carácter de espectadores al de protagonistas. Fue, en suma, el comienzo de un viraje en la cultura política que se había establecido durante la transición, tras la muerte de Franco en 1975.
Un cura con barrio
Se llama Emiliano Tapia y llegó a la parroquia de Santa María Nazaret 22 años atrás, un 1° de mayo. Eligió el barrio más marginado de la turística Salamanca, para hacer realidad sus sueños cristianos de trabajar con los más pobres, no por caridad sino para aprender juntos. En Buenos Aires son 350 viviendas en edificios de cuatro pisos que albergan 1.500 personas a cuatro kilómetros del centro. Un barrio que nació en 1983 para recibir familias en situación de marginalidad.
Más de dos décadas después, las cosas empeoraron. Al aislamiento urbano se le deben sumar el desempleo y la precariedad, el abandono de las infraestructuras, el narcotráfico y los conflictos de convivencia en un barrio en el que dos tercios son gitanos. En suma, un gueto. “Barrios sin retorno” los califica el padre Emiliano, que se empeña en el “acompañamiento en el proceso de dignificar la vida”. Entre todos los problemas, destaca el enorme ausentismo escolar, quizá porque se empeña en mirar hacia adelante. “A partir de los 12 años el fracaso y el ausentismo es casi total en los niños y niñas de familias relacionadas con el narcotráfico”, asegura Emiliano.
“Desde el poder se entretienen los problemas pero no se solucionan”, asegura el sacerdote “rojo”, como lo conocen en otros lugares de la península. Para encarar problemas que no son de ahora, en la década de 1990 impulsó la creación de la Asociación de Desarrollo Comunitario de Buenos Aires (Asdecoba), que complementa el trabajo de la asociación de vecinos y la de mujeres.
Hacen educación de calle con niños y niñas a través del juego, pero reconocen que con la comunidad gitana los lazos son muy débiles. Una de las mujeres del nutrido grupo que trabaja en la parroquia, muestra el coche del cura repleto de rayones en la pintura, muestra de rechazo de los narcos a un sacerdote que los cuestiona. Lo han amenazado en varias ocasiones pero nunca se llegó a la agresión directa, por ahora.
El padre no es hombre de quejas sino de acciones. Sube al coche y se ofrece a mostrarnos todo lo que hacen desde Asdecoba para resolver los problemas cotidianos. La primera parada es en el mismo barrio, donde funciona un catering en el que trabajan 20 personas: pobres, ex presos e inmigrantes. Todos los días reparten 300 comidas a personas mayores que viven solas y no pueden cocinarse, como parte de un convenio con el municipio. El catering de nombre Algo Nuevo, es gestionado por los propios trabajadores que perciben el mismo ingreso y muestran orgullosos una cocina industrial con modernos equipamientos que compraron trabajando.
La segunda parada son las parcelas cedidas por vecinos que ya no cultivan la tierra y se encuentran a varios kilómetros del barrio. Se trata de cinco espacios de unas tres hectáreas en total, donde cultivan hortalizas, y un gran invernadero de donde salen plantines y cultivos de invierno. El año pasado cosecharon 24 toneladas de papas y este año abren una pequeña procesadora de alimentos donde trabajarán cuatro personas.
Una ex monja riega con increíble tenacidad y una regadera las lechugas recién trasplantadas. Más allá, coles, chauchas, cebollas, remolachas y ajos donde se afanan varios trabajadores. “Cultivamos sin químicos, pero me niego a poner que son productos orgánicos porque así son para ricos. Los que usan químicos son los que deben poner su etiqueta”, dice Emiliano en un tono enérgico y sereno.
Entre todos los emprendimientos se cuentan casi cien personas que consiguieron sacar de las garras del narco, de las cárceles y de la pobreza sin dignidad. En algún momento cortaron la autopista reclamando soluciones que no llegan, lo que muestra que son creyentes devotos pero no confían en que dios vaya a solucionar los problemas terrenales. Pertenecen a un colectivo estatal de nombre Baladre, que se define como “coordinación de luchas contra el paro, el empobrecimiento y la exclusión social”.
Barrio autogestionado
Los jóvenes que ocupan Errekaleor saben que es el barrio autogestionado más grande de España. Errekaleor Bizirik, Errekaleor Vivo, es el lema que los impulsó tres años atrás a recuperar un amplio espacio nacido en la década de 1950 para acoger a los campesinos que llegaban a trabajar en la pujante industria alavesa.
Son 192 viviendas en bloques que albergaron en los momentos de esplendor a 1.200 personas, “en la periferia de la periferia de la ciudad”, como dice uno de los textos del barrio. Está rodeado de campos de cultivo y de un gran emprendimiento urbanístico que se quedó vacío cuando pinchó la burbuja inmobiliaria. El municipio de Vitoria comenzó a realojar a los viejos pobladores en otros barrios con el objetivo de derribar todos los bloques, porque Errekaleor está situado en la franja de expansión de las grandes inmobiliarias.
El barrio estaba semi abandonado cuando un grupo de estudiantes tomó la iniciativa, en setiembre de 2013, de comenzar a repoblarlo. Acordaron con los pocos vecinos que aún quedaban para ocupar algunos bloques y de inmediato reabrieron el cine y el frontón, reformaron viviendas, plantaron una huerta y realizaron una amplia programación cultural utilizando la iglesia como centro juvenil para conciertos, que es una de las formas como financian el proyecto.
Tres años después ya son 120 personas en el barrio. Abrieron una panadería y un gallinero porque trabajan por la soberanía alimentaria. Instalaron placas solares para alcanzar la soberanía energética. Utopías capaces de entusiasmar a unos cuantos habitantes de Vitoria que visitan por decenas el barrio autogestionado. De algún modo es una forma de disuadir al Ayuntamiento, que trató de forzar el desalojo del barrio a medida que el proyecto fue creciendo y ganando simpatías en la ciudad.
Las autoridades les cortaron tiempo atrás el suministro de luz con la excusa que las instalaciones vetustas podían provocar accidentes. Decidieron hacer las comidas en las zonas comunes que tienen electricidad y las aprovechan para planificar las asambleas de los domingos. En el municipio cuentan con la complicidad del partido independentista Bildu. A principios de mayo abrieron el barrio a la ciudad, montaron un mercado popular donde enseñan los productos de la huerta y de los talleres, sirvieron comidas, armaron bailes, zonas de juego para los niños y mostraron documentales.
No ha sido sencillo explicar a los que no son militantes que se trata de un proyecto integral, no sólo de vivienda. Un par de vecinos violentos fueron expulsados del barrio, cuando sus parejas aceptaron la propuesta de las mujeres jóvenes de combatir la violencia machista. Las ocupantes feministas montaron un grupo de apoyo a las mujeres golpeadas.
Cada cierto tiempo realizan un auzolan (trabajo colectivo en euskera) al que asisten personas procedentes de todos los puntos del País Vasco. Colaboran en la pintura de murales, en la ampliación de la huerta, en la educación alternativa o simplemente en la limpieza del barrio. Los movimientos sociales se vuelcan en apoyo de la autogestión y parecen alertas ante un posible desalojo.
Jonbe Agirre, uno de los jóvenes estudiantes que participa desde el comienzo, dice que “al principio era un proyecto muy ligado a los jóvenes pero con el tiempo vimos que aquí pueden vivir personas de los más variados perfiles si comparten las bases del proyecto”. Las mayores energías hasta ahora las dedicaron a rehabilitar las viviendas que, con escasas diferencias, sufren un largo proceso de deterioro por abandono y humedades.
Experiencias similares suceden en otras latitudes españolas. La Asamblea de Parad@s y Precari@s de CGT Valencia sostiene una oficina para asesorar a los desempleados sobre sus derechos y un apoyo solidario en alimentos que bautizaron CAOS (Cesta Obrera Autogestionada y Solidaria), que reparte alimentos donados por afiliados con empleo fijo, como forma de forjar vínculos entre ambos sectores. Un Ropero Solidario entrega ropa a quienes la necesitan y un taller textil emplea a tres personas de la asamblea que trabajan con una máquina industrial. No reciben ni un euro del gobierno y lucen con orgullo el lema “Frente a la dependencia del Estado, autonomía social”.
Escuela de los movimientos
La autoformación ya no es patrimonio exclusivo de los movimientos sociales latinoamericanos (si alguna vez lo fue). El último fin de semana de abril casi cien activistas de colectivos de todo el Estado Español, participaron en tres jornadas de debates y formación en un predio en las afueras de Madrid. Por segundo año funcionó la Escuela Social Ramón Fernández Durán, en homenaje a uno de los más carismáticos militantes ecologista y anticapitalista.
La escuela fue convocada por la central sindical libertaria CGT (Confederación General del Trabajo), Ecologistas en Acción y Baladre, tres colectivos que vienen trabajando juntos desde hace unos cuantos años. Las dos sesiones principales estuvieron dedicadas a la reflexión sobre estrategias en base a dos disparadores: “Análisis de la situación actual y de los escenarios posibles en 10-20 años” y la pregunta “¿Cómo relacionar las estrategias de toma de las instituciones, de movimientos sociales y de construcción de alternativas?”.
Especialistas de los propios movimientos tuvieron apenas 15 minutos para sintetizar sus ideas evitando así largas disquisiciones. Luego se trabajó en grupos con dinámicas propias de la educación popular, métodos de trabajo casi idénticos a los que aplican los movimientos latinoamericanos. Uno de los debates más recurrentes fue cómo combinar el trabajo en las instituciones con el fortalecimiento de la actividad callejera, algo que también se debate en nuestro continente.
En los debates estaba Toni Valero de la Koordinadora de Kolectivos del Parque Alcosa, un barrio dormitorio a 8 kilómetros de la ciudad de Valencia. Como Errekaleor, Alcosa nació en la década de los 60 al calor del desarrollismo franquista, para albergar las oleadas de inmigrantes andaluces y extremeños que abandonaban el mundo rural. Hoy viven unas 10.000 personas con los nuevos inmigrantes latinos y magrebíes. El Parque presenta tasas de desocupación que oscilan en el 40 por ciento, el 70 por ciento de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y ostenta elevadas tasas de drogodependencia y problemas de salud mental, además de ausentismo escolar y analfabetismo funcional.
La Koordinadora agrupa asociaciones que trabajan en proyectos sociales y culturales. Son 14 iniciativas de empleo social que crearon más de 140 puestos de trabajo y por las cuales pasaron más de 500 personas. Destaca la cooperativa social para la limpieza de las calles que consiguió ganar licitaciones municipales frente a empresas privadas. Todo lo consiguieron con acciones audaces, ocupaciones, acampadas y huelgas de hambre. En 2013 estuvieron durante más de un mes en la Acampada de la Paciencia Infinita, nombre que ironiza sobre la actitud de las autoridades.
Toni enseña el realismo crudo de su cultura obrera que lo lleva a decir que la crisis es un cuento: “Para seguir acumulando tienen que dejar de crecer y chupar a otros, en un proceso de concentración que nunca se detiene. Por eso no podemos decir que el capitalismo está en crisis, el capitalismo es así, por momentos se expande y en otros se contrae, pero en los dos casos sigue acumulando”.
Para los vecinos de Parque Alcosa, sin embargo, la crisis en curso agravó las condiciones de marginación que vivieron siempre. La coordinadora del barrio lleva 30 años trabajando con situaciones de marginación por desempleo que ahora se ve engrosado por la precariedad laboral, contratos a corto plazo y salarios miserables. Trabajadores que no pueden organizarse en su lugar de trabajo y que optan por hacerlo en sus territorios donde, a pesar de la presencia policial, se sienten más seguros y protegidos por otros y otras que sufren la misma situación.
En algún momento habrá tiempo para reflexionar sobre la relación entre las llamados micro experiencias locales y los cambios a escala macro que pasan por los partidos de nuevo tipo (como Podemos y las candidaturas municipales, Ahora Madrid, Barcelona en Comú y tantas otras), y las grandes movilizaciones llamadas Mareas. Entre los activistas va ganando la convicción de que no es una cosa y la otra, sino alguna forma de retroalimentación entre ambas modalidades que permite, a la vez, fortalecer lo micro y lo macro. Nadie tiene fórmulas, pero ganas de cambiar las hay a borbotones.
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