La red de carreteras y autopistas en el mundo supera los 100 millones de kilómetros, esto es, casi diez veces la distancia entre la Tierra y la Luna. Si viajáramos a una velocidad constante de 100 km/h, nos llevaría 36 años recorrer toda esa longitud sin parar para comer, dormir o repostar combustible.
Esta extensa red está concentrada principalmente en los países “desarrollados”. La construcción de una autopista no es signo de progreso, sino de cemento, asfalto y, sobre todo, cantidades ingentes de materiales bastantes ordinarios, tierra, arena y grava. Por cada metro lineal de autopista hace falta extraer una media de 30 toneladas de arena y grava y mover 100 metros cúbicos de tierra de obra. A veces mucho más. Un kilómetro de autopista supone el mismo volumen de material que un hospital y una superficie total de diez hectáreas, a menudo tierras agrícolas expropiadas. El progreso es depredador. (Le Monde)
China es el país con mayor número de kilómetros 111.950 de autopistas y autovías del planeta. En segundo lugar, Estados Unidos 77.017 kilómetros, y España 15.048 kilómetros, según El País. El 84% del transporte de mercancías y el 91% del transporte de personas se realiza en España por carretera.
La red española de autovías y autopistas ha triplicado su longitud desde 1990 cuando contábamos en nuestro país con 4.976 kilómetros de vías de alta capacidad. Entonces la red de autopistas y autovías más extensa en Europa era la alemana con 10.854 kilómetros, seguida de la francesa con 6.824 kilómetros y la italiana con 6.193 kilómetros. España ocupa en este momento el primer lugar a nivel europeo, según la revista digital Autopista de 18 de noviembre de 2015.
La red total de carreteras de España tiene, a 31 de diciembre de 2023, 165.388 kilómetros, de los cuales 26.473 km forman la Red de Carreteras del Estado, que gestiona el Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible (MTMS), con un 52,5% del tráfico total y el 64,57% del tráfico pesado. Además, hay 71.145 km que están gestionados por las Comunidades Autónomas y soportan el 42% del tráfico, y 67.770 km por las Diputaciones que suponen el 5,5% del tráfico restante, según el Ministerio de Transporte y Movilidad Social.
El aumento del tráfico en las autopistas y autovías conlleva una mayor emisión de gases contaminantes, como dióxido de nitrógeno (NO2), partículas en suspensión y dióxido de azufre (SO2). Estos contaminantes afectan la calidad del aire y pueden tener consecuencias negativas para la salud humana y el medio ambiente. El exceso de tráfico en estas vías puede provocar atascos y congestión. Los vehículos detenidos o en movimiento lento emiten más contaminantes y aumentan la huella de carbono.
Además, esta movilidad insostenible provoca una carnicería en el mundo. Según la Organización Mundial de la Salud, unas 3.500 personas mueren cada día sobre el asfalto. Y más de la mitad ni siquiera viajaban en automóvil, es decir, eran peatones, ciclistas o motoristas. Cada año se producen alrededor de 1,3 millones de víctimas, los siniestros de tráfico ya son el principal motivo de muerte entre los jóvenes de 15 a 29 años. Además, 50 millones más de personas resultan gravemente heridas.
A esta dinámica de la movilidad insostenible hay que añadir otros medios de movilidad que tan poco son sostenible. Así, las pistas de aterrizajes, que se van ampliando, son más compacta y tupida para acoger a aviones más grandes en los aeródromos. En los puertos se construyen nuevas dársenas de profundidad y longitud suficientes para acoger a petroleros y trasatlánticos. Esta extracción descontrolada se produce a expensas de otros sectores económicos, medios de vida locales y biodiversidad.
Cada año se utilizan 50.000 millones de toneladas de arena, grava y gravilla en todo el mundo para diversos fines, incluida la construcción de aeropuertos y dársenas, que suponen inundaciones, en unos casos, o el agotamiento de los acuíferos en otros, y hasta contribuye a empeorar las sequías, revela un informe de ONU Medio Ambiente. O, dicho de otra manera, diariamente se extraen 18 kilos de arena y grava por cada habitante del planeta.
El mantenimiento de las grandes infraestructuras es ante todo una forma de mantener en funcionamiento las estructuras macroeconómicas, empezando por la libre circulación de mercancías, uno de los principios principales en los que se basa la Unión Europea.