15M Ronda. En Pocas palabras.- Sólo la contaminación del aire mata a 7 millones de personas cada año en el mundo, y los desastres naturales causados por el clima a unas 600.000. El 40% de la población mundial ya tiene problemas con la escasez de agua y todos los años mueren 2,2 millones de personas por simples diarreas.
Como consecuencia en gran parte del modo de vida existente en la Tierra, el nivel del mar ha subido el doble de lo previsto en los últimos 25 años, un tercio de las especies marinas están en riesgo por el cambio climático, las capas de hielo que cubren la superficie terrestre se están descongelando un 20% más de lo previsto por los científicos y la del Ártico se ha reducido en un 40% en los últimos 35 años. La deforestación (que produce la quinta parte de las emisiones de CO2 que destruyen la Tierra) avanza a un ritmo de 13 millones de hectáreas cada año (casi la cuarta parte de España). Al ritmo en que se produce y consume en el planeta, en el año 2050 vivirán en tierras desertificadas unos 4.000 millones de personas y la resistencia a los antibióticos, provocada entre otras causas por los contaminantes vertidos en el agua y en los alimentos, será la primera causa de muerte en el mundo ese año.
Para hacer frente a estos problemas se calcula que podrían evitarse con 19,5 billones de euros, mientras que el coste de soportarlos supone 47 billones. Resulta incomprensible que no tengamos en cuenta que, después de nosotras, nosotros, tendrán que venir otras generaciones futuras, nuestras hijas, hijos, nietas, nietos y biznietas, biznietos, cuyo bienestar y forma de vida no parece que nos preocupe.
Como señalaba el informe Acción humanitaria para la infancia 2019 de UNICEF, «la infancia sufre la mayor amenaza para su desarrollo en los últimos 30 años» además, en ese informe se indica que sólo harían falta 3.500 millones dólares para conseguir que todas las personas menores del planeta tuvieran cubiertas sus necesidades básicas, más o menos el presupuestos de los 20 o 25 equipos de fútbol europeos con mayor presupuesto.
Según un informe de Ecologistas en Acción, los efectos de la crisis de la COVID-19 en la calidad del aire urbano en España, desde el sábado 14 de marzo, fecha de la declaración del estado de alarma, hasta el 31 de marzo de 2020, esto es, en sólo 17 días, el tráfico interurbano y en el acceso a las principales ciudades ha disminuido en torno al 90%, mientras las salidas de productos petrolíferos desde las instalaciones del Grupo CLH al mercado español han descendido un 83% en el caso de la gasolina, un 61% el gasóleo A y un 85% los carburantes de aviación. La demanda eléctrica ha caído un 20%, tomando como referencia la situación previa a las medidas de restricción.
En las grandes ciudades, la reducción del tráfico ha alcanzado porcentajes muy importantes, del orden del 75% en el interior de la M-30 de Madrid y del 77% en la zona de bajas emisiones Rondas de Barcelona. Si bien también se está observando una fuerte caída en el uso del transporte público urbano, que supera el 90% en las cercanías ferroviarias y en los autobuses urbanos.
Teniendo en cuenta que el tráfico motorizado es el principal factor que influye en la calidad del aire urbano, es evidente que un descenso tan marcado de la circulación y de sus emisiones a la atmosfera está incidiendo en una mejora muy significativa de la calidad del aire que respiramos, aunque se deba a circunstancias tan excepcionales como las derivadas de la crisis sanitaria y el estado de alarma.
Según los estudios del equipo de Julio Díaz y Cristina Linares5, del Departamento de Epidemiologia y Bioestadística del Instituto de Salud Carlos III, la mortalidad atribuible por la exposición a corto plazo a las partículas, el dióxido de nitrógeno (NO2) y el ozono, por causas naturales, respiratorias y circulatorias, ascendería en conjunto en España a una media de 10.000 muertes anuales. Pequeñas reducciones en los niveles de estos contaminantes pueden ser determinantes para salvar vidas, en el corto plazo.
El 75% de las nuevas enfermedades humanas surgidas en los últimos 40 años tienen su origen en animales, calcula la Organización Mundial de la Salud (OMS). El virus SARS-CoV-2 es uno de ellos. De hecho, dos tercios de todos los tipos de patógenos que infectan personas son zoonóticos, esto es, saltan de un animal a un ser humano. "Esta crisis sanitaria está muy relacionada con la destrucción de la naturaleza. La pérdida de naturaleza facilita la proliferación de los patógenos", resume el director de Conservación de WWF, Luis Suárez.
La desaparición de ecosistemas a gran escala, la eliminación de cientos de miles de especies, la deforestación acelerada y el comercio globalizado de animales silvestres (muchos para consumo humano) han sido señalados como motores de la multiplicación de estas infecciones entre la población.
Según los científicos de este planeta hay más de 300.000 virus que podrían producir un efecto parecido o peor que el Covid-19 y, a pesar de ello, sus gobiernos siguen dejando el descubrimiento de vacunas y remedios en manos de laboratorios privados, los cuales, lógicamente sólo tratarán de descubrir aquello que les resulte rentable a sus propios negocios y no al interés general.
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