Derribar tótems desde el día a día

imagenesparragosytagarninas.- Trabajo y economía. Liberados de las reglas casi indiscutibles del capitalismo, Mirene Begiristain y Beñat Irasuegi han representado un modelo socioeconómico diferente: organizado según las necesidades de la sociedad, sin trabajo asalariado, con más tiempo libre, más justo.

«La utopía es ahora». Un mundo mejor Mirene Begiristain no lo sitúa en el futuro . Destaca que en Euskal Herria se han hecho «un montón de experimentos» en agricultura, educación, cuidados, economía: «Estamos en la utopía, construyendo la utopía». En este sentido, ha reivindicado la importancia de la práctica: «Construimos el mundo desde las vivencias, tanto personales como colectivas». Beñat Irasuegi echa mano del anzuelo: «En la práctica hay otra forma de hacer economía, aunque no muy extendida, por desgracia tenemos que ponerle apellidos: economía social y transformadora». Ambos han puesto su mirada en una organización económica alejada del sistema capitalista. Begiristain ha deseado «un modelo socioeconómico organizado en torno a las necesidades de la vida». «Nosotros hemos empezado a utilizar el concepto de economía para la vida», ha precisado Irasuegi.

Desde el cooperativismo habla Beñat Irasuegi (Errenteria, Gipuzkoa, 1978): asesor económico y estratégico en Talaios y promotor de la red Olatukoop. Por su parte, Mirene Begiristain (Andoain, Gipuzkoa, 1972) es economista, profesora de la UPV, pero tiene proyectos de agroecología como pasión. De esa actividad creativa le viene el optimismo al pensar en un modelo socioeconómico diferente: «La pandemia nos demostró que somos capaces de hacer las cosas de otra manera: vimos cuáles eran los trabajos esenciales, para llevar a cabo algunos de los que nos organizamos colectivamente… Aquello se diluyó enseguida, pero nos demostró que es posible». Para ilustrar cómo llegar a la utopía, Irasuegi ha distinguido dos planos: «Cabeza y mano. Por un lado, la reflexión de cara al futuro, la elaboración de objetivos; por otro, la práctica, diaria. El equilibrio es difícil, pero tenemos que trabajar en los dos a la vez».

¿Y cómo se imaginan ese otro modelo? Irasuegi propone «derribar los tres tótems del capitalismo: el trabajo asalariado, el valor de cambio y la propiedad privada, que hemos normalizado e interiorizado y cuya puesta en cuestión nos genera enormes contradicciones porque nos dan seguridad». Begiristain reitera que están metidos en nuestros cuerpos: «Estamos totalmente colonizados. Para conseguir una sociedad más democrática y justa necesitamos procesos de desmercantilización y deconstrucción».

Pero tienen un horizonte. «Me imagino ese futuro sin trabajo asalariado: repartiendo trabajo y riqueza», ha dicho Irasuegi. Los trabajos necesarios para la sociedad se llevarían a cabo mediante un «justo reparto entre pasión y responsabilidad», en su opinión: «Mi utopía es que todos tengamos más tiempo libre, no así en el modelo actual de ocio, que está totalmente mercantilizado. Iríamos hacia una sociedad con menos trabajo; en definitiva, la economía es también un reparto del tiempo, así que tengamos todos la misma cantidad de trabajo y tiempo libre». Esta idea implica romper un tabú: «No sabemos hacer economía no productiva; el propio cooperativismo ha sido muy productivista en el País Vasco: mucho trabajo, muchas horas, y eso es lo que te construye como persona».

Begiristain también ha visto «una lucha» en el uso del tiempo: «La organización de la vida en torno al trabajo nos construye, deberíamos ser libres para gestionar nuestro tiempo». Y frente al imperativo de ser productivos permanentemente, ha reivindicado la cíclicidad: «A lo largo de la vida no tenemos la misma fuerza, modo y capacidad de aportar; a veces tenemos más conocimiento, más ganas y otras necesitamos descanso. Cada uno tiene sus ciclos; deberíamos conectar con esa vulnerabilidad, con las propias limitaciones, y actuar con confianza: decir ‘no puedo’ es liberador».

En este sentido, Irasuegi se ha referido a la adaptación del imaginario sobre el trabajo: «Para mí, Talaios es un proyecto de vida, porque es ahí donde pongo la vida y el trabajo. La economía capitalista ha disociado a estos dos aspectos: se ha convertido en vida propia lo que está fuera del trabajo, pero si nos pasamos gran parte del día trabajando, eso también tendrá que ser vida. Por eso utilizamos la idea de crear proyectos de vida: convertir los campos de trabajo en proyectos de vida». Y ahí, otro tabú: «Estamos construyendo vidas colectivas, cuando hoy los proyectos de vida son muy individuales».

Repoblación colectiva

Begiristain ve en la base de estas vidas colectivas trabajos imprescindibles: «La sociedad sin trabajo asalariado debe construirse en torno a nuestras necesidades, lo que supone una transformación de toda la organización». Tras dibujar los detalles, ha lanzado el paquete de medidas tomando como referencia el ecofeminismo y el decrecimiento: «Bajar el consumo a distancia, alargar la duración de los materiales, reducir las nuevas infraestructuras, reducir la movilidad, reducir la importancia y la necesidad del dinero… Habría que redefinir y desmercantilizar sectores como la construcción, el transporte, las finanzas, la industria… Y habría que reforzar la alimentación, la energía, la salud, el cuidado, el urbanismo, la investigación…».

Al definir esta localización, la profesora tiene claro que el sector primario ganaría peso, que habría más ciudadanos dedicados a este ámbito: «Me imagino una repoblación colectiva. Esto no quiere decir que todos tengamos que ser agricultores, sino que tiene que haber una reconciliación: que la gente de las ciudades vaya a trabajar a los huertos, a dedicarle una parte del tiempo de una época — fines de semana, una época del año o un ciclo vital — porque es saludable, y así el autoconsumo ganaría presencia». Más que plan agrícolas, llama a trabajar estrategias alimentarias: «No podemos pensar sólo en la producción, sino que debemos tener en cuenta el consumo y la distribución, entendiendo el sistema en su conjunto». Y en ese dibujo, incorpora una figura: «Los que se dedican a la agricultura o quieren ser baserritarras serán funcionarios públicos».

Irasuegi está de acuerdo con este planteamiento: «Una de las características del capitalismo es la especialización del trabajo: establecer un conocimiento totalmente vertical y no horizontal; se necesitan unos conocimientos verticales, pero cada vez hay menos conocimientos horizontales, y la alimentación es un ejemplo claro. Es precisamente el modelo agroindustrial el que necesita hiperespecialización: que haya muy poca gente con mucha tierra. Y nuestro modelo es el de mucha gente con poca tierra: no es viable desde el punto de vista de la acumulación de capital, pero sí desde el punto de vista de la sostenibilidad y las necesidades de la sociedad». Otra precisión de Begiristain es que «para ello es necesario que la propiedad del suelo sea pública o comunal. Hemos normalizado que la tierra sea privada, pero en ningún caso es normal: la tierra tiene que ser para quien la cultiva».

La profesora de la UPV explica que hay varios proyectos en este sentido: comprar unos terrenos entre varias personas, para colectivizarlos y desarrollar proyectos de agroecología. Precisamente, el cooperativista aboga por extender la idea de la propiedad comunal a otros ámbitos: «Para derribar el tótem de la propiedad privada también es importante empezar por el día a día: impulsar proyectos de vivienda cooperativos, recuperar espacios para la vida… Por ejemplo, si en la Parte Vieja donostiarra no se puede vivir en sentido social, ¿por qué no comprar unos locales, en propiedad comunal, y alquilarlos a proyectos para la economía de la vida? Si lo público no está preparado, ¿por qué no utilizamos poco a poco nuestra capacidad económica para desarrollar estas estrategias?».

Y a la lista de zonas a recuperar para la ciudadanía, Irasuegi añade otra: la tecnología. «Nos hemos entregado totalmente al capitalismo, pero tenemos que recuperar su propiedad. La tecnología no es ni buena ni mala, pero no es neutral; es política y, si la despolitizamos, la utilizaremos desde la dependencia. Así que aprovechémoslo para nuestras necesidades».

«Son grandes proyectos y llenos de contradicciones», reconocen ambos ponentes. Pero la utopía, al querer no sólo dibujarla, sino materializarla, se ha centrado en pensar y orientar estrategias complejas, tanto a corto como a largo plazo, tanto en el micro como en la macro. «También tenemos que reflexionar sobre la escala: cómo nuestros proyectos pueden asumir otra dimensión», reconoce Begiristain. Para Irasuegi, «Socializar las oportunidades» es el siguiente paso: «Yo quiero para todas las personas el espacio seguro que he conseguido a través de la cooperativa».

El micro, colonizado

Y es que ningún proyecto alternativo puede ponerse en marcha sin asegurar los recursos básicos del día a día: «En precariedad no se puede hacer gran cosa; una de nuestras luchas es tener espacios materiales seguros». «La cooperativa me ha dado un espacio de libertad que no me daría otro contexto laboral: vivo más prósperamente con menos dinero, porque formo parte de una cooperativa y de un tejido, porque tengo menos necesidades y puedo satisfacer muchas de esas necesidades sin dinero», ha explicado Irasuegi. A Begiristain le ha gustado la idea de sentirse próspero: «En el ecofeminismo se habla mucho de suficiencia, porque eso nos vincula con los límites, con vivir bien incluso con menos; pero también es reivindicar el concepto de abundancia afirmar que no necesitamos más que eso»

Pero vuelven los tabúes y los miedos, porque Irasuegi advierte de que este tipo de ideas son difíciles de difundir: «Me parece que tenemos más problemas para reconducir la transformación en lo micro, porque está totalmente colonizado, porque los mecanismos del neoliberalismo son muy fuertes: imaginamos más fácilmente el fin del mundo que liberar nuestra vida cotidiana de la dependencia del mercado».

Begiristain vuelve a la necesidad de la práctica con la pasión necesaria para caminar todas las transiciones que exige la realización de la utopía: «Para derribar los tótems del capitalismo hace falta un gran cambio cultural. Cuando hemos recorrido el camino desde las vivencias, nos hemos encontrado con miedos, pero nos hemos dado cuenta de que los fantasmas no son tan grandes. Que es posible. Se necesita una actividad cotidiana para generar materialidad». «Los proyectos colectivos son necesarios para demostrar que la colectivización es posible», ha afirmado Irasuegi.

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