Pola Ferrari.- Ayer una educadora somática me comentó con cierto asombro que después de haber dado clases presenciales y dos vía zoom sus miembros empezaron a temblar. “El movimiento era irreconocible” me dijo ella, una trabajadora del movimiento.
En estos últimos tiempos he leído mucho acerca de la fatiga del zoom, de los síntomas que trae este tipo de trabajo.
Me gusta pensar qué tipo de propuestas podemos hacer desde las pantallas en nuestras prácticas corporales, cómo se transmiten las consignas, cómo se organiza la información, cómo se recibe…
Me interrogo acerca de cómo percibo la comunicación cuando es bidimensional.
En mi experiencia personal la comunicación con familiares y seres queridos a distancia la valoro muchísimo. Gracias a la virtualidad estoy viendo crecer sobrinos que viven a cientos de kilómetros de donde estoy.
Ellos me reconocen y disfrutamos los pequeños momentos en que nos conectamos.
De todas maneras, al salir de la comunicación me quedo con ganas de abrazarles, besarlos…
Hace años que experimento esa sensación.
Me pregunto, ya a otro nivel, ¿qué implica salir de la tridimensional de la presencia física a la bidimensionalidad de la cajita?
Cómo recibe mi sistema el cambio de tamaños, -mi cuerpo con sus dimensiones reales y mi instructora/ alumna pequeñita, del tamaño de la pantalla del celular, o en el mejor de los casos de la computadora-, cómo proceso la bidimensionalidad cuando veo a la otra persona como una estampita?
Cómo hacemos para recibir/ dar las consignas de una propuesta somática sin tener en cuenta el ambiente de clase, la gestualidad, el contacto visual, el olor, la temperatura?
¿Cómo se organizan nuestros sentidos?
Cuando alguien nos habla, primero la mirada busca y detrás de la mirada se organiza la cabeza, el cuello, los hombros, el cuerpo.
En el mejor de los casos el movimiento llega hasta las plantas de los pies.
Al sentir la voz que nos habla, nuestros oídos se enfocan girando la cabeza, el cuello, la columna…
Cuando esa voz que oimos circula por la sala, cambia de lugar, todo nuestro cuerpo produce microajustes orientados en función de la vibración sonora. Si se aleja agudizamos los sentidos, incluso a veces abrimos más los ojos, o hacemos algún gesto con la cara.
Si la voz se acerca demasiado es probable que queramos alejarnos un tantito o podemos también buscar la proximidad.
Los ojos, el oído interno, los músculos que hacen posible el giro del cuello, los movimientos faciales, la mandíbula, así como los músculos de la vocalización y la deglución se organizan juntos como una parte de nuestro sistema nervioso autónomo (SNA) produciendo lo que llaman la “activación vagal ventral”.
Es la rama ventral de nuestro nervio vago la que nos permite conectar con las emociones tales como la alegría, la satisfacción y el amor. Siguiendo a Stanley Rosemberg, en términos de conducta esta vía se expresa en las actividades sociales con los amigos y los seres queridos.
Es decir, es esta vía neural la que hace posible (o no) la cooperación.
Es a partir de los vínculos sociales que nos volvemos humanos y es a través de la co-regulación con otros que vamos modelando nuestras conductas, compartiendo ideas, generando proyectos…
Esta vía, -de manera muy simplificada- podríamos decir que es la que de alguna manera contrarresta las otras dos de nuestro SNA.
La cadena simpática espinal se activa cuando sentimos miedo, cuando percibimos que está en riesgo nuestra supervivencia. Es la que activa todos los dispositivos para movilizaros a partir del miedo. Es la famosa vía que nos prepara para huir o luchar, conectando con la ira y /o el miedo.
La tercera vía de nuestro SNA el la rama más antigua, conocida como vagal dorsal.
Quizá sin conocer su nombre, todas conocemos sus síntomas: nos inmoviliza cuando sentimos miedo.
Cuando el peligro nos abruma, nos congelamos.
Somos incapaces de movernos.
Todo nuestro sistema se paraliza.
Es el típico “estado de shock” frente a un acontecimiento traumático.
Nos conectamos con sentimientos de indefensión, de desesperanza, de apatía…
Entre los síntomas vagales dorsales no tan extremos se encuentran:
La sensación del cuerpo “pesado”; los dolores “por todos lados”; la pérdida de la expresión en el rostro; la voz uniforme, sin matiz, carente de melodía; mareos o desmayos; sudación; náuseas; disociación; depresión y un largo etcétera…
Estas tres vías, como no podía ser de otra manera son jerárquicas ya que se corresponden a la evolución de nuestra especie.
En lo alto está la interacción social, es decir, el circuito vago ventral. Lo “más nuevo”.
Un poquito por debajo, la cadena simpática espinal que nos permite huir o luchar
Y por último, el escalón más antiguo, la vía vagal dorsal que nos conduce a la desconexión y el retraimiento ( en un caso extremo el congelamiento).
En este período que vivimos indudablemente hay una activación que se dirige a estos últimos dos estados.
Claro que no todas las personas ni todas las sociedades las viven de igual modo.
Pero por lo pronto, en la que vivo, que pensaba que tenía asegurada su “libertad”; resuelto el tema de “los cuidados” ; basaba su actividad en el consumo y tiene una relación exctactiva con el entorno, ha sufrido un gran shock.
Eso se refleja en el día a día
Como terapeuta corporal recibo en la consulta muchas personas con síntomas vagales dorsales.
Salgo a la calle o hablo con amigas y puedo ver cuán activa está su cadena simpática espinal: el tránsito súper agresivo, las conversaciones crispadas, las chispas están a la orden para ser encendidas…. A veces siento que de la nada se arma un gran lío y las discusiones suben de tono, caras, manos y brazos enrojecen.
Cómo hacemos entonces como terapeutas/ trabajadoras somáticas para contribuir en este momento?
En una hermosa charla de amigos un terapeuta corporal me confesó que sentía que las herramientas que usaba hasta el momento ya no alcanzan. Que hay que buscar más profundo, no trabajar solamente con lo conocido, buscar más atrás…
Cómo tejer en colectivo propuestas que nos ayuden a salir del apagado, que superen el estrés y nos conduzcan a una vida junto a otros y otras?
Cómo superar las conductas individuales, salir del aislamiento, crecer en el compartir?
Podemos empezar con una buena conversación entre gente próxima, darle importancia a nuestra voz, al canto colectivo, al contacto visual, a sostener la mirada –tan simple y tan intenso-, movernos desde estímulos auditivos, poner conciencia en la respiración.
Pero sobre todo pensar más allá de nosotras como individualidades, crear espacios comunes en torno a temas simples…
Dejar volar la creatividad para que surjan propuestas que impliquen volver a habitar nuestros cuerpos, conectar con las sensaciones que nos transmite la piel, que nos hagan sentir seguras, volvernos más mamíferas, acompañándonos mutuamente.
Volver a sentir nuestra tridimensionalidad, nuestros espirales, hacer que nuestros sentidos busquen y se re conozcan en el espacio, saliendo de las cajitas planas para volver a corporeizarnos.
- Inicie sesión para comentar