La violencia heteropatriarcal y estatal, una indigna constante
Entre lametazos gatunos y algunos ladridos nos despertamos pronto en la mañana fría en La Huerta, un pueblito pegado a Villa Giardino, el catarro de Marilina amenaza con llevarla al colapso.
Nos acogen en una casita hermosa de barro con ventanas pequeñas y estructura de madera. Enseguida nos sentimos como en casa y nos levantamos a desayunar en la compañía de Mika, Romina, Albertina y Cintia del colectivo Marea Diversa.