La consciencia perversa: violencia luz de gas en entornos “de izquierdas”

Ilustración Núria Frago. pikaramagazine.compikaramagazine.com. Beatriz Villanueva Martín y Laura Poch Riquer.- A través de testimonios de mujeres, nos sumergimos en la telaraña de esta violencia psicológica en entornos activistas, terapéuticos, artísticos o espirituales. Violencia ejercida por hombres supuestamente conscientes y sensibilizados. Nos pillasteis a contrapié. Eso no lo esperábamos.

¿Te ha pasado alguna vez?

Conoces un chico en tus talleres de teatro, o en el comité de empresa de tu trabajo. En aquel espacio de activismo al que perteneces, o en ese curso de yoga al que te apuntaste. Un chico comprometido, atento, sensibilizado. Creativo. Puede que en pie de guerra contra las desigualdades. Quizás profundo, espiritual; con años de terapia a sus espaldas… O con ese aura de ser consciente de cómo está el mundo y querer luchar para cambiarlo a mejor.

¡Adorable! Y qué tranquilidad no tener que lidiar con fanfarronadas, chistes facilones, conversaciones sobre las liadas de sus colegas o Moto GP. Qué alivio ver que parece que puedes ser tú, ser escuchada, hablar más en profundidad, compartir valores, trasgresiones, emociones. Vas sintiendo confianza: «Él es distinto, es igualitario, hay cosas que ni le he de explicar. Él es consciente, abierto de mente. De él me puedo fiar».

Y de repente… ¡sorpresa! Te pilla con la guardia bajada. Esa guardia que ante otro perfil de hombres –más abiertamente machistas- tendrías naturalmente alerta. Te descubres, a partir de tu relación con él, desgastada, triste, sin energía, justificándote todo el día, con la autoestima por los suelos y dudando hasta de lo más profundo en ti.

Pero… ¿qué ha ocurrido?

Te has topado con las violencias machistas ejercidas por un hombre «de izquierdas», del mundo artístico, alternativo, espiritual o terapéutico. Lo sabemos, no te lo habrías esperado nunca y por eso el choque es más fuerte.

No eres la única: aquí estamos contigo. También lo hemos vivido. Como muchas otras mujeres. No estás sola. Es necesario que abramos los ojos y nos cuidemos.

¡Ves cosas donde no las hay!

En nuestra escuela de coaching feminista Adiós, Amores Perros, donde trabajamos para tejer de manera colectiva relaciones más sanas, tenemos la oportunidad de poder escuchar a muchas mujeres e identidades disidentes. Cada vez somos más conscientes de que las heridas y malestares que acompañamos derivan en gran medida de crecer y vivir en este sistema.

Escuchemos el testimonio de Carla (nombre ficticio) sobre un compañero de activismo:

Nos habíamos conocido en un espacio de militancia anticapitalista y él se identificaba como aliado feminista. Yo me consideraba una mujer con las cosas bastante claras. Con el tiempo he podido ver que esto jugó en mi contra, porque cuando me empecé a sentir mal, confusa, extraña y le compartía que me estaba bajando la autoestima, él me lo atribuía a mí. Me decía que era muy sensible, que veía cosas donde no las había, que hacía un drama por todo… mientras me repetía que antes yo no era así, que era fácil y divertida. Acabé pensando que era cosa mía y no de la dinámica de la relación. Fue un proceso largo y complejo que solo comparto con personas de mucha confianza y que no puedo resumir en cuatro palabras. Sentía que no podía estar en contacto con la realidad tal como era y, a pesar del agotamiento profundo que sentía, mis esfuerzos se centraban en complacerlo, en que no tuviera esa imagen de mí; lo que todavía me agotaba más y me dejaba más perdida.

Esta experiencia no solo es la de Carla, sino que responde a un patrón de socialización: a pesar de la transformación social y los avances conseguidos por las luchas feministas en la construcción de la identidad femenina en occidente, vemos que aún sigue apareciendo el amor y el complacer a los hombres como un tema central en muchas mujeres.

Como expresa la doctora en Comunicación y experta en amor romántico Coral Herrera: «El amor de pareja se convierte en el eje vertebrador y proyecto vital prioritario, construyendo a las mujeres como seres con un don para estimar de manera inagotable e incondicional, y por especializarse en detectar y atender las necesidades del otro». Este posicionamiento inconsciente no lo encontramos únicamente en las relaciones amorosas como podríamos pensar; sino que las mujeres somos enseñadas a colocarnos desde aquí en las distintas relaciones que establecemos: profesionales, de amistad, familiares o en nuestros activismos.

Nosotras, ¿mujeres empoderadas?

Las mujeres nos encontramos en un brete, ese «sincretismo de género» que tan acertadamente acuñó Marcela Lagarde, esa división entre la tradición y la modernidad que, cuanto más binaria es, más nos parte en dos.

Por un lado se nos invita a convertirnos en mujeres empoderadas, activas, fuertes, autónomas, con trabajos bien considerados. Por otro chocamos de bruces con una realidad más conservadora que espera de nosotras ser dulces, madres abnegadas, poner a los demás antes que a nosotras.… Nos encontrándonos, así, en una estrecha jaula en la cual se nos espera complacientes, como de segunda; donde se buscan maneras más o menos sutiles de controlarnos. Se nos define desde un concepto de víctima reduccionista y estereotipado que esconde las dinámicas machistas que tienen lugar en nuestras relaciones.

Os confesamos que nos llama mucho la atención el que tantas mujeres atravesemos situaciones, malestares y vivencias en las relaciones tan increíblemente similares. Muchas veces se repiten incluso las mismas palabras en las sesiones individuales que acompañamos, en los talleres, por parte de amigas y compañeras, en nuestras propias vidas.

Por ejemplo, nos encontramos a menudo con experiencias de mujeres que han sufrido violencia luz de gas en entornos terapéuticos, artísticos, espirituales, laborales y de activismo por parte de hombres, compañeros, en los que confiaban.

Confiaban en ellos, como punto diferencial, por el hecho de ser de izquierdas, artistas, de «mente abierta», o estar supuestamente sensibilizados con las desigualdades. Por ofrecer deliberadamente una imagen de igualdad real, de libertad, de modernidad, de amplitud… que no parecía casar con un nivel de manipulación propio de los más retrógrados.

¿Quién iba a pensar que un fotógrafo que ha viajado tanto, con la mente tan abierta, iba a ser un controlador nato?

¿Quién iba a imaginarse que un profesor de yoga, formado en eneagrama y en terapia gestalt, que acude religiosamente a un grupo de hombres para deconstruir su masculinidad, iba a ejercer una violencia psicológica de libro?

¿Cómo no abrirse en canal ante ese chico encantador, licenciado en Historia, comprometido hasta el tuétano con los feminismos y el antirracismo?

Venir de un entorno «de izquierdas» o alternativo no es necesariamente un antídoto contra la violencia patriarcal.

Existe una creencia mágica que subyace en el fondo de muchas de nosotras: “Un hombre de izquierdas, sensibilizado con las desigualdades, consciente, comprometido… me va a tratar en igualdad de condiciones, me va a cuidar”. La suposición de tener un marco mental común pareciera suponer un punto de partida igualitario en la relación. ¡Meeeec! Craso error. Esta creencia mágica dificulta enormemente la detección de violencias.

En otro de nuestros talleres, Jahida compartió su experiencia con un chico de su entorno más cercano:

Había por su parte un cuestionamiento constante de cómo me sentía, de lo que pensaba y creía. Yo le tenía idealizado por cómo hablaba, por su implicación social, y eso se mezclaba con que me decía que me quería mucho. Cuando yo expresaba mi malestar él insistía en que todo nos iba muy bien. Fui perdiendo la fuerza y la voz al intentar expresar que no estaba bien, cada vez me sentía más pequeña.

Otra mujer, Alexia, explicaba en referencia a un compañero de trabajo con quien se hicieron buenos amigos:

Al principio no tenía problemas en decirle que hacía ‘machiruladas’, pero después me quedaba atrapada en su dialéctica: que él no era machista, que se había revisado mucho, que tenía muy buena relación con sus amigas… Después del mansplaining, acababa cambiando de tema. Cuando yo me sentía fuerte para volverlo a sacar, se indignaba y me dejaba de hablar durante días por cómo podía pensar eso de él.

Nos encontramos con hombres que, desde las ganas de verse en relaciones igualitarias como feministas / progresistas / sensibles / conscientes, adoptan un discurso políticamente correcto para acabar en la práctica negando y despreciando las experiencias de sus compañeras. Pero tal y como expone Neus Andreu, experta en prevención de violencias machistas, «los hombres deben cuestionarse los privilegios, ya que estos ciegan y facilitan poder ejercer violencia».

¿Lo reconoces? ¿Te suena familiar?

Las experiencias compartidas más arriba forman parte de un tipo de violencia psicológica que cada vez se visibiliza más: la luz de gas o gaslighting. Si quieres saber más sobre ella, lee este otro artículo que se publicó también en Pikara Magazine. Violencia ‘luz de gas’: “Desaparecí, y no sé cuándo”

Aquí puedes ver algunas pistas:

  • El gaslighter te define las cosas, lo sabe todo mejor que tú (incluso tus propios sentimientos y sensaciones). Te dice que hay cosas que han pasado cuando no es cierto. O afirma asertivamente que lo recuerdas mal. En consecuencia, poco a poco acabas desarrollando una distorsión cognitiva.

  • Lo que hace no encaja con lo que dice, pero tú vas perdiendo fuerza para verlo y confrontarlo. Puedes llegar a pensar que tiene razón, que te lo mereces; ya que te sientes inestable, muy confusa y con poca energía.

  • Tu autoestima es más baja desde que estás con él y la contradicción que vives es tan intensa que empiezas a dudar de ti, de tu memoria y de tus valores. Son situaciones muy delicadas, momentos de mucha vulnerabilidad que implican un proceso de recuperación largo en función del nivel de despersonalización al que se haya llegado.

En una de las últimas ediciones de la escuela Adiós, Amores Perros tuvimos una sesión grupal donde hablamos en concreto de la violencia luz de gas. Una de las alumnas se nos acercó para compartirnos su vivencia:

Lo hacía de manera tan sutil que no me daba cuenta, estaba constantemente diciéndome que yo no era como las otras mujeres que había conocido, que por eso siempre estaría conmigo. Al principio me sentía especial, pero luego era un no saber cómo reaccionaría. Tenía días donde flipaba conmigo y otros que me despreciaba: que si no sabía de qué hablaba a nivel político, que no tenía ni idea de cómo funcionaba el mundo, que no tenía ni visión, ni estrategia… me sentía tan tonta que no quería expresar mi opinión, pero cuando no decía nada me criticaba por quedarme callada. Notaba que estaba enloqueciendo, que no podía pensar con claridad. Dejé de tener ganas de quedar con la gente, no quería compartir cómo me sentía. Además, había discusiones constantes si quedaba con amigos. Con todo ello, poco a poco, me acabé aislando. Con la distancia soy capaz ver que era una relación abusiva, pero desde dentro era invisible. Mi cuerpo lo notaba, lo detectaba, pero me ha sido muy difícil reconocerlo y todavía no he podido empezar a hablarlo ni con las amigas más cercanas. No lo podía compartir con nadie porque es un tío muy reconocido, que la gente tiene como referente. Esto lo complica aún más.

Confía en las señales de alarma: tu intuición lo sabía

En el proceso de reparación es clave poder volver a confiar en las señales de alarma. Estas siempre están, lo único que a veces hemos aprendido a ignorarlas u ocultarlas, a no reconocerlas como válidas -a menos que haya una aprobación externa-. También hay ocasiones donde se nos ha hecho difícil escuchar dichas señales porque implicaba pagar un precio demasiado alto (quedarme sola, pedir ayuda, reconocerme vulnerable, hacerme cargo sola de mis hijes…).

Más de un año después de que Marta hubiera iniciado un proceso terapéutico, comenzó a hablar en estos términos:

Recuerdo que me sentía atrapada hiciera lo que hiciera. Mientras me decía que era muy importante para él, quedábamos en cosas y luego parecía que no las hubiéramos hablado. Hacíamos planes pero al momento no me tenía en cuenta, me decía que podíamos hablar de las cosas pero estaba inaccesible y cuando le decía que no entendía qué pasaba se alejaba. Era como si tuviera una autoimagen de sí mismo como persona que escucha, que cuida pero la realidad no era para nada así. Con todo ello yo sentía mucha confusión, notaba que estaba triste, a menudo me sentía desubicada. Fue un año de un desconcierto profundo. En momentos tranquilos pensaba que si se lo explicaba lo entendería y sería diferente, que no había maldad en su manera de hacer, que no se daba cuenta. Yo estaba muy enamorada y no podía ser que él me tratara mal, él que era tan atento y tan comprometido. Como la situación iba a más, pensaba que era yo la que no me explicaba suficientemente bien o que no era suficiente para estar con él.

De nuevo, nos encontramos con cómo el compartir ideales puede hacer pensar que ellos no se dan cuenta de la dinámica de manipulación y del abuso de poder porque, si se dieran cuenta, no lo harían.

Nos han enseñado que la violencia se ejerce de manera consciente e intencionada y muchas veces es así, pero hay otras veces que no. Pero hemos de dejar claro que el hecho de que no sea consciente no lo hace ni menos violento ni menos responsable.

Cada una pasándolo mal en su habitación… ¡eso no puede ser!

En nuestro día a día, tanto personal como profesional como coaches feministas, sale a relucir a menudo la «falacia de la igualdad». Esta coartada -la creencia de que las mujeres ya gozamos de una igualdad real- es usada para justificar violencias machistas. Al fin y al cabo, quién de nosotras no ha escuchado alguna vez ese «¿de qué os quejáis si ya lo tenéis todo?». Dicha . O para Dicha falacia también puede generarnos la sensación de que ya gozamos de esa igualdad y que, por tanto, podemos ir despreocupadas.

La cultura de la violencia y del consumismo (tratarnos a las mujeres como objetos de consumo) así como la lógica individualista (que nos predispone a no asumir responsabilidades colectivas) no ayudan tampoco a que las relaciones que establecemos sean equitativas y desprovistas de lógicas de poder y dominación. Por otro lado, mientras que hay grupos y personas que son abiertamente fascistas y defienden los roles tradicionales de género, desde la izquierda y los espacios alternativos el machismo es rechazado desde el punto de vista intelectual. Pero creer que porque a escala racional e individual lo rechazamos conseguiremos acabar con el patriarcado y sus dinámicas es naif. Hay que visibilizar su carácter sistémico, entender sus mecanismos y ver que la negación es una de sus herramientas para mantenerse.

Por ello, para nosotras es tan importante construir espacios para hablar de cómo impacta el patriarcado en nuestras vidas y en nuestra manera de construir relaciones amorosas, familiares o laborales. Para hacernos de espejo y sentirnos arropadas. Trabajar desde una perspectiva feminista nos ayuda a reconocer las huellas de las violencias y los dilemas en que nos sitúa; nos ayuda a revisar todas las creencias que interiorizamos y cómo se impregnan en nuestros cuerpos de manera tan personal y tan colectiva a la vez. Mientras no nos hagamos cargo socialmente y sigamos relegando estas violencias al terreno de lo personal como si este no fuera político, estaremos pagando el precio en el ámbito individual. Cada una pasándolo mal en silencio en nuestra habitación. ¡Eso no puede ser!

Así pues, trabajemos colectivamente para cambiar las dinámicas de base, revisemos juntas cómo nos relacionamos. Tenemos derecho y la legitimidad para ser quienes somos y vivir la vida en libertad.

Tejamos estrategias de apoyo feminista. Hablemos. Compartamos. Con nuestras amigas. Con nuestras hermanas. Con nuestra madres. Con otras mujeres. No callemos nuestros malestares, nuestras intuiciones.

En definitiva, apoyémonos, juntémonos, feminicemos la política, los trabajos, los espacios artísticos, los terapéuticos, los espirituales. Porque solas no podemos, pero juntas lo podemos todo.

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