esparragosytagarninas.- Yanis Vaoroufakis aporta una muy interesante reflexión para acercarnos a entender la política económica de Donald Trump. Según él, Donald Trump ha diseñado un “plan maestro” para su economía. A continuación os resumimos-tuneamos el artículo publicado inicialmente en inglés en Unherd y posteriormente en castellano en Sin Permiso.
Para este autor, la política arancelaria de Trump forma parte de un plan económico global sólido, pero arriesgado. Es el primer paso preparatorio para una segunda fase que el autor denomina “la gran negociación”. Pero para llegar a ella debe preparar el terreno.
Trump entiende que el declive de la industria manufacturera estadounidense tiene como causa principal un factor externo: los bancos centrales extranjeros no dejan que el dólar se ajuste a la baja hasta el nivel “correcto”, en el que las exportaciones estadounidenses se recuperan y las importaciones se frenan. Esto se debe a que el dólar es la única reserva internacional segura de la que pueden echar mano. Al no cambiar sus reservas de dólares por sus propias monedas, suprimen la demanda de sus monedas (y, por tanto, su valor). Esto ayuda a sus propios exportadores a aumentar sus ventas a los Estados Unidos y ganar aún más dólares. En un círculo sin fin, estos dólares se acumulan en las arcas de los banqueros centrales extranjeros que, para ganar intereses con seguridad, los utilizan para comprar deuda pública estadounidense.
Aunque Trump dice, para Varoufakis piensa, que la industria manufacturera estadounidense entró en declive porque los Estados Unidos son muy buenos, y sus trabajadores y su clase media sufren para que el resto del mundo pueda crecer a su costa, en realidad sabe perfectamente que el estatus hegemónico del dólar también apuntala el excepcionalismo estadounidense. La compra de bonos del Tesoro estadounidense por parte de los bancos centrales extranjeros permite a su gobierno incurrir en déficit y pagar un ejército sobredimensionado que llevaría a la bancarrota a cualquier otro país. De este modo, al constituir el eje de los pagos internacionales, el dólar hegemónico permite a su gobierno tener el poder de sancionar a voluntad a cualquier persona o gobierno.
Pero esto no es suficiente para Trump. Estas riquezas importadas benefician a Wall Street y a los agentes inmobiliarios, pero sólo a expensas de los estadounidenses de las zonas centrales, que le han votado y que producen, según él, el acero y los automóviles que una nación necesita para seguir siendo viable. Y esa no es la peor de las preocupaciones de Trump. Su pesadilla es que está cada vez más convencido de que se acerca un terrible punto de inflexión: a medida que la producción de los Estados Unidos disminuye en términos relativos, la demanda mundial del dólar aumenta más rápidamente que los ingresos norteamericanos. El dólar tiene entonces que apreciarse aún más rápido para satisfacer las necesidades de reservas del resto del mundo. Esto no puede durar eternamente. Cuando los déficits norteamericanos superen un cierto umbral, los extranjeros entrarán en pánico, venderán sus activos denominados en dólares y buscarán otra moneda con la que atesorar. EE. UU. quedará en medio del caos internacional, con un sector manufacturero destrozado, unos mercados financieros en ruinas y un Gobierno insolvente.
Este escenario de pesadilla ha convencido a Trump de que para salvar a su país debe marcar el comienzo de un nuevo orden internacional. Esa es la esencia de su plan: llevar a cabo en 2025 una conmoción global que anule y ponga fin al sistema de Bretton Woods (1971), que fue la punta de lanza de la era de la financiarización.
Un elemento central de este nuevo orden mundial sería un dólar más barato que siguiera siendo moneda de reserva mundial, lo cual reduciría aún más los tipos de interés de los préstamos a largo plazo de los Estados Unidos. Trump necesita cosas aparentemente contradictorias: un dólar hegemónico, al mismo tiempo que depreciado y unos bonos del Tesoro de bajo rendimiento. Para hacer eso no puede utilizar a los mercados, sino que sólo los bancos centrales extranjeros pueden hacerlo. Pero para que acepten hacerlo, primero hay que provocarles una sacudida y es ahí donde juegan los aranceles.
Trump sabe que los aranceles no reducirán por sí solos el déficit comercial de Estados Unidos. Su utilidad estriba en su capacidad para conmocionar a los bancos centrales extranjeros y hacer que reduzcan los tipos de interés nacionales para que se debiliten frente al dólar. Esto anulará las subidas de precios de los bienes importados a Estados Unidos y no afectará a los precios que pagan sus consumidores.
Los aranceles son únicamente la primera fase de su plan maestro. Con unos aranceles elevados, y con el dinero extranjero que se acumula en el Tesoro, Trump puede esperar su momento mientras claman por hablar desde Europa y Asia. Ahí entra en acción la segunda fase del plan de Trump: la gran negociación. Con los aranceles por un lado y la amenaza de retirar el escudo de seguridad de Estados Unidos (o desplegarlo contra ellos) por el otro, cree que puede conseguir que la mayoría de los países accedan a una apreciación substancial de su moneda sin liquidar su tenencia de dólares a largo plazo. A la eurozona, en concreto, Trump puede exigirles tres cosas: una, aceptar cambiar sus bonos a largo plazo por bonos a muy largo plazo o incluso perpetuos; dos, permitir que la fabricación alemana emigre a Estados Unidos; y tres, hacer que compren muchas más armas fabricadas en los Estados Unidos.
Una vez completada esta segunda fase de su plan, el mundo se habrá dividido en dos bandos. Uno protegido por la seguridad estadounidense a costa de una moneda apreciada, la pérdida de plantas de fabricación y la compra forzosa de exportaciones estadounidenses, incluidas las armas. El otro campo estará estratégicamente más cerca tal vez de China y Rusia, pero todavía conectado a los EE.UU. a través de un comercio reducido que todavía proporcionará a los EE.UU. ingresos arancelarios regulares.
Como todos los planes bien trazados, esto puede torcerse, por supuesto. La depreciación del dólar puede que no sea suficiente para anular el efecto de los aranceles sobre los precios que pagan sus consumidores. O puede que la venta de dólares sea demasiado grande como para mantener lo suficientemente bajos los rendimientos de la deuda norteamericana a largo plazo.
Además de estos riesgos manejables, el plan maestro se pondrá a prueba en dos frentes políticos. La primera amenaza política a su plan maestro es interna. Si el déficit comercial empieza a reducirse según lo previsto, el dinero privado extranjero dejará de inundar Wall Street, lo que supondría que Trump traicionara a su propia tribu de financieros y agentes inmobiliarios indignados o a la clase trabajadora que le eligió. La segunda amenaza política se abre mediante la disidencia en el exterior. Pekín puede abandonar sus precauciones y convertir los BRICS en un nuevo sistema de Bretton Woods en el que su moneda desempeñe el papel de anclaje que desempeñó el dólar en el Bretton Woods original.