Los pies descalzos*

Tindaya el monumento ya existePero no amo tus pies
sino porque anduvieron
sobre la tierra y sobre
el viento y sobre el agua,
hasta que me encontraron.
PABLO NERUDA.

Tus pies, en Los Versos del Capitán.

Y desde entonces, los amo. Los pies descalzos que un día también soñaron. Nunca sabré con qué, nunca me revelarán en qué lejano horizonte se acurrucaban sus esperanzas. La tierra sequita, agradecida a cada gota que aliviaba su existencia, los empujó a lo alto, a la poderosa cima que sostiene el cielo de los majos. Amo a los pies duros, encallecidos, a los que anduvieron la Isla mujer, a los que huyeron y a los que forjaron todas las resistencias. Y amo sus sueños anónimos, enigmáticos. Sus sueños ocultos a las miradas ajenas. Sus sueños mágicos, amurallados, inexpugnables. Amo a esos pies de rocas que se empeñan en caminar sobre el alisio, hasta alcanzar las inaccesibles moradas de los dioses, allá por el oeste, encima de las nubes marinas. Andares y utopías que se quedaron incrustadas en las piedras sagradas, esperando el relevo, escondidas a los ojos de los extranjeros, en la silenciosa clandestinidad. Petrificados, dejando que el tiempo lento purificara sus sueños, que el viento, el alma de la Isla, esparciera su voz por la historia que ahora se enreda en el presente, como una espiral que viene a juntar todas las rebeldías.

Porque hubo un día en que habló la montaña y los pies grandes, angulosos, platicaron con sus hermanos africanos. Pero sus palabras se ocultaron, se escondieron en el tiempo de los siglos. Callaron para abrirle la puerta al mito indescifrable y abalanzarse, atropelladamente, sobre nuestra memoria. Rompieron la ancestral cadena y nos complicaron la búsqueda del eslabón que nos ancla al origen. Ni nuestras mejores aliadas, las jóvenes brujas majoreras, las mujeres sabias de Fuerteventura, las que acunaban el ancestral letargo de los pies inmóviles, las protectoras de Tindaya, desvelaron sus secretos. Tan solo los cobijaron, los mantuvieron apartados, acumulando fortalezas, en la espera de volver a alzarse, arrastrando nuestros propios pies por los nuevos caminos que empezamos a trazar.

Ahora los pies descalzos se encuentran con los que se esfuerzan en caminar seguros por el filito de nuestra identidad colectiva. Lo profundo no es el aire, no es el vacío, es la infinita secuencia de construcciones culturales que nos empoderan para afirmarnos, para anclar las raíces largas, robustas, de los dragos que sostienen nuestros sueños. Los nuestros. Los herederos de aquellos que anduvieron sobre la tierra, sobre el viento y sobre el agua.

Los pies que se refugiaron en el volcán, que esperaron pacientes hasta que el viento, en su pertinaz empeño, despejara a la montaña de su cálido abrigo, que compartieron morada con la cuernúa y el acebuche, ahora ya se dibujan en las arenas de las playas y en las pizarras de los colegios. Y empezamos a amarlos, sin entenderlos del todo, pero seguros de su llamada a la acción, recibiendo su grito desesperado, su invitación para multiplicarlos por todas las veredas de la Isla alargada, mil veces lastimada, para erigirse en la mas sólida barricada desde la que enfrentar el disparate, el sueño ajeno que pretende seguir horadando nuestra memoria.

No lo sabíamos, pero los pies desnudos anduvieron siempre con nosotros. Y por ese largo recorrido juntos, hasta encontrarnos, es porque los pinto en las nubes del otoño. Vienen a nuestro encuentro. A mostrarnos sus sueños. A que los protejamos y los hagamos inmortales. Para seguir caminando, siempre.

*Este texto fue publicado en el libro Tindaya: el monumento ya existe, en el que participaron numerosos investigadores, escritores y artistas con el objetivo de dar a conocer los valores que atesora la sagrada Montaña de Tindaya, en Fuerteventura y los gravísimos daños que se le infringirían a sus valores patrimoniales (fundamentalmente a las impresionantes estaciones de podomorfos realizadas por los antiguos majos) y a sus valores ecológicos, de llevarse a cabo la idea de Eduardo Chillida (hoy sus herederos) de vaciar un cubo de 50 metros de lado en el interior de la Montaña. Si se quiere profundizar en este tema, vale la pena leer los magníficos textos de este libro, cuidadosamente editado por la Coordinadora Montaña Tindaya, Zambra y Baladre.

salvartindaya.org

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