Carmen Alemany Panadero.- Estamos en plenas Navidades, y como todos los años, proliferan las iniciativas solidarias, las recogidas de comida para el Banco de Alimentos, y las donaciones de juguetes para las campañas solidarias de ayuda a los niños desfavorecidos. Mucha gente se siente solidaria en Navidad. En ocasiones me pregunto cómo estarán pasando las Navidades las familias que atendí en el Centro de Servicios Sociales de Usera. La mayoría de ellas se hallaban muy por debajo del umbral de la pobreza.
En España 1 de cada 3 niños vive en situación de pobreza y exclusión social. Muchas de estas familias no pueden encender la luz o la calefacción en invierno, sufren desahucios, viven en casas con mal aislamiento térmico, con humedades, con grietas o en estado de deterioro. Las familias numerosas, con varios menores a cargo y monomarentales tienen más incidencia de situaciones de pobreza. Save the Children en su informe Más solas que nunca señala que más de la mitad de hogares monoparentales está en riesgo de pobreza o exclusión social, una de cada diez en situación de pobreza severa. Muchos niños no pueden permitirse una comida de carne, pescado o pollo cada dos días o calentar su vivienda en invierno. En un 67% de los casos estas familias no reciben ningún tipo de prestación económica.
Diversos estudios señalan que la pobreza se transmite de generación en generación. El estudio La transmisión intergeneracional de la pobreza de la Fundación FOESSA constata esta realidad, y afirma que no es extraño que los Centros de Servicios Sociales y ONG estén hoy atendiendo a los nietos de los usuarios de antaño. La igualdad de oportunidades no es real. Los padres con una situación privilegiada buscan la mejor educación y las mejores oportunidades para sus retoños, y aquellos que se hallan en situación de desventaja no gozan de acceso a ese nivel educativo ni a las mismas oportunidades. Además, el tener un trabajo hoy en día no inmuniza contra la pobreza. La precariedad laboral ha aumentado en España, y muchos trabajadores hoy engrosan las filas de los llamados “trabajadores pobres”.
La mayoría de las iniciativas solidarias navideñas son bienintencionadas, sin duda. Y tampoco pongo en duda que puedan constituir un “parche” en un momento dado, que a una familia le pueda venir bien en ese preciso momento que le donen juguetes o alimentos. Pero yo no puedo evitar ver estas iniciativas con preocupación. La caridad, la beneficencia, la limosna, no son la solución a una situación de pobreza crónica. Ni tampoco son la mejor opción para las familias afectadas. Tal y como señala Ana Isabel Lima, actual Secretaria de Estado de Servicios Sociales y antigua presidenta del Consejo General del Trabajo Social:
“Este cambio de modelo de los derechos sociales a la beneficencia puede provocar la estigmatización y consecuencias negativas en el desarrollo psicológico evolutivo de la infancia y adolescencia. Algunas de las evidencias del cambio de modelo son las campañas de juguetes para niños pobres, los comedores sociales en vacaciones para niños pobres, las colas de recogida en los bancos de alimentos para familias pobres. Todas ellas se realizan desde la etiqueta de la ayuda con la condición expresa del reconocimiento de personas pobres y desfavorecidas (…). Creemos en el reconocimiento de derechos, en apoyar a las familias desde la normalidad de los derechos sociales para que ellas mismas puedan comprar los alimentos y juguetes a sus hijos e hijas, organizar sus menús y que los niños no tengan por qué saber de dónde salieron”. (entrevista a El País — 13.05.2015)
En este sentido, un apoyo adecuado a modo de renta básica (y una mejora del alcance y eficacia de la RMI hasta que se implemente un sistema más eficaz) sería más adecuado para preservar la normalidad en la vida cotidiana de estas familias. Nadie tendría que portar el “estigma” de vivir de la caridad. Tampoco harían falta tantas “campañas benéficas” si existieran unas políticas sociales adecuadas. Pero sospecho que una iniciativa así sería muy criticada, mucha gente no lo comprendería, porque en el fondo estas campañas benéficas también (sobre todo) ayudan al que dona a sentirse bien. Y porque en el fondo muchas personas siguen creyendo que el pobre es pobre “porque en el fondo se lo merece” y que si garantizamos una vida digna, no estamos “educando a los pobres” ni incentivando el trabajo ni el esfuerzo.
En otra entrevista para el Diario de Guipúzcoa, Ana Lima añade lo siguiente:
“Aspirar a la Renta Básica Universal es lo más deseable para ir caminando hacía la equidad y redistribución necesaria. Pero dado que el camino es complejo, mientras avanzamos hacia ese nivel deberíamos ir dando pasos de mejora sobre las Rentas Mínimas de Inserción. Su aplicación, de hecho, ha sido irregular por parte de demasiadas comunidades autónomas. La falta de liquidez ha llevado a que miles de familias no estén recibiendo esas ayudas por no poder superar las crecientes trabas administrativas que se han fijado”.
Si se avanzara en la consolidación de los derechos sociales, si invirtiéramos como sociedad en que todos los ciudadanos puedan tener unos mínimos cubiertos, si se implementara una garantía de rentas adecuada, si mientras se desarrollan modelos más eficaces se avanzara en el desarrollo, fortalecimiento, expansión y aumento de las cuantías de la RMI, las iniciativas solidarias no serían tan necesarias o serían residuales. Todas las familias tendrían unos ingresos básicos cubiertos, y podrían adquirir los juguetes para sus hijos y elegir su propia cena de Navidad.
Yo apuesto por unas Navidades con menos campañas solidarias y con más derechos sociales. Nadie merece una Navidad sin calefacción ni luz, en una vivienda húmeda y fría y con un paquete de lentejas del Banco de Alimentos.
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