Demasiadas «cosas que parecían improbables» están ocurriendo al mismo tiempo. El investigador, activista y coautor de ‘La espiral de la energía’, Luis González Reyes, busca las líneas que unen la falta de mano de obra, el quiebre de los suministros por tierra y mar, la falta de materias primas y una crisis energética que amenaza la economía mundial.
elsaltodiario.com. Martín Cúneo.- La falta de materias primas y componentes básicos se extiende a todos los sectores y va mucho más allá de los chips semiconductores, cuya escasez encendió las alarmas a principios de este año. En apenas unos meses, el precio del magnesio, clave para la producción de coches, bicicletas o aviones, se ha multiplicado por cuatro. Sin este elemento no hay aluminio ni titanio y su producción está concentrada en un 87% en China. Los apagones y las restricciones al consumo de energía que está sufriendo este país han catapultado la cotización internacional de este material. Pero no es un problema solo de China.
Las grandes empresas comienzan a prever problemas de abastecimiento para el Black Friday y la campaña navideña. En España, más de la mitad de las constructoras ha tenido que paralizar o retrasar sus obras por la falta de materiales o por los desorbitados precios que han alcanzado productos tan básicos como la madera, el acero o el hormigón, entre una larga lista. En Estados Unidos la producción de casas ha caído a mínimos no solo por el aumento de los precios de los materiales y los retrasos en la entrega sino por la falta de mano de obra.
En el Reino Unido, los puestos vacantes sin cubrir en el segundo trimestre del año habían subido hasta 953.000, según la Oficina Nacional de Estadística. La escasez de mano de obra se ha vuelto un problema de seguridad nacional en el área del transporte por carretera, que está provocando desabastecimiento y una crisis sin precedentes en el suministro de combustibles y en los depósitos de alimentos. En España, pese al 14% de paro hay 120.000 puestos de trabajo sin cubrir. The Financial Times advertía que se necesitan 400.000 camioneros en toda Europa.
Para González Reyes, los síntomas que estamos viviendo no son indicadores de un colapso en marcha, pero sí inciden en los principales factores que nos llevan a él. «Estamos viviendo claramente esas primeras etapas del colapso», advierte
Y si el transporte por tierra ofrece perspectivas preocupantes, peores son para aquellas empresas que optan por el comercio por mar. Cientos de barcos —584 en concreto— están bloqueados en los principales puertos y a día de hoy enviar un contenedor en un buque es diez veces más caro que antes de la pandemia. La escena apocalíptica del gigante mercante Evergreen cruzado en el Canal de Suez era solo una anécdota que escondía una crisis en el comercio global sin precedentes.
Pese a la gravedad que esconden estas anomalías, es la crisis energética la que se dibuja como el mayor peligro para la economía y la estabilidad del mundo postcovid. En un año, el precio del gas se ha multiplicado por cinco, el del petróleo se ha duplicado y el precio del carbón ha alcanzado el nivel más alto de los últimos 13 años. Europa se enfrenta al invierno con la menor reserva de gas en diez años y ya son muchas las grandes industrias que han anunciado o ya han practicado parones en la actividad por el precio de la electricidad. En España, los recortes en la producción por el alza del precio de la luz ya afectan a 22.000 empleos. Y China vive una ola de apagones. Hasta 21 provincias —de las 31 que tiene el gigante asiático— han adoptado algún tipo de racionamiento energético. En estos días, el Gobierno austríaco definía como «un peligro real» la posibilidad de un apagón generalizado y prolongado. Es más, para la ministra de defensa austriaca, Klaudia Tanner, se trataba de algo más que de una posibilidad: «La cuestión no es si habrá un gran apagón, sino cuándo». Para enfrentarse a este apagón, el Gobierno lanzó una campaña informativa con recomendaciones y una lista de la compra básica para poder «sobrevivir» a los cortes.
El aumento del precio de la energía y otros materiales se ha trasladado rápidamente a toda la economía y se ha traducido en índices de inflación que no se veían desde hace décadas. En Estados Unidos, la inflación ha llegado a tocar el 5,4% y en España el IPC de septiembre alcanzaba el 4%.
Para Luis González Reyes, autor de la La espiral de la energía (Libros en Acción, Zambra-Baladre, 2014), no se trata de hechos aislados sino síntomas de un sistema económico que ha hecho «cortocircuito». En ese libro, elaborado conjuntamente con Ramón Fernández Durán, ya se hablaba del papel que podrían jugar las enfermedades como el coronavirus en un potencial colapso de la civilización tal como la conocemos: «Las pandemias volverán al Centro y provocarán más muertes que las enfermedades crónicas. Estas incidirán en la paralización del sistema económico y en la crisis estatal, como ocurrió en el pasado, por ejemplo, con la caída del Imperio romano y del inca o durante la Edad Media en Europa».
Esta interconexión máxima del mundo parecía que nos daba mucha resiliencia y mucha capacidad de adaptación, pero lo que estamos viviendo ahora demuestra más bien todo lo contrario
Los síntomas que estamos experimentando no son indicadores de un colapso en marcha, dice González Reyes, pero sí inciden en los principales factores que nos llevan a él. «Estamos viviendo claramente esas primeras etapas del colapso», advierte. Más allá de que algunos de estos acontecimientos impredecibles y «que antes parecían imposibles» sean más o menos coyunturales, hay algo que ha llegado para quedarse. Según este activista y pensador, miembro de Ecologistas en Acción, «ya no volverá la estabilidad y tranquilidad del siglo XX». Para González Reyes esto es solo el principio.
¿Es posible dar una explicación global a todos estos fenómenos económicos y sociales que están ocurriendo de forma paralela?
Yo diría que todos los procesos están conectados dentro de un entramado muy complejo con múltiples variables. Los procesos de encarecimiento de distintas materias primas y los procesos de desabastecimiento en realidad están muy relacionados. Detrás hay múltiples factores, el primero, una cierta reactivación de la demanda después de la pandemia. Y esto se produce en una situación de desorden de las cadenas de producción global, que necesitan tiempo para volver a funcionar igual que antes.
Hay un segundo elemento y es que nuestras cadenas de producción y consumo globales se han ido articulando a través de un funcionamiento just in time, no hay apenas almacenaje. Ya no hay almacenes, todo hay que fabricarlo y todo esto no se puede hacer de la noche a la mañana.
Hay un tercer factor y es que existe una gran especialización territorial en distintas producciones y cuando sobre esos territorios se producen situaciones específicas de imposibilidad de aumento de la oferta esto arrastra a todo lo demás.
Y hay un cuarto factor y es que estamos llegando a los límites de disponibilidad tanto de distintos materiales como de diversas fuentes energéticas y esto genera también un cortocircuito dentro de las cadenas de producción globales.
No estamos solo ante un tema coyuntural sino ante un proceso sostenido y que tiene un mar de fondo, que es una deriva hacia el colapso de la civilización industrial
Y se podría hablar de un quinto factor, que son factores económicos que tienen que ver con políticas específicas que se han ido tomando en distintos territorios, en Rusia, en China o en Reino Unido, para explicar todo este cortocircuito.
Esta interconexión máxima del mundo parecía que nos daba mucha resiliencia y mucha capacidad de adaptación, pero lo que estamos viviendo ahora demuestra más bien todo lo contrario. Ante situaciones de estrés como las que estamos viendo, en lugar de tener más capacidad de respuesta parece que tenemos menos y, de alguna manera, se amplifican todos los problemas.
Es como si al resetear la economía después de la pandemia algo hubiera dejado de funcionar.
La pandemia, con lo que ha supuesto de parón económico, es un factor, pero no es el único. Para entender todo lo que está pasando tenemos que ver que no solo hay una situación de crisis sanitaria, que desbarajusta, sino también una situación de crisis climática, que contribuye a ese desbarajuste, y una situación de crisis energética y material que también contribuye a ese caos. Hay distintos elementos que se van sumando y cuando tenemos un sistema frágil sometido a muchas situaciones de estrés, la probabilidad de que esto se venga abajo es todavía mayor.
No vamos a volver a la situación de estabilidad del siglo XX, vamos a vivir un continuo de excepcionalidades, aunque no sabemos cuáles van a ser ni cuándo van a suceder ni con qué frecuencia ni qué profundidad va a tener cada una de ellas
Para entender por qué hay falta de suministro de chips tenemos que saber que la producción está concentrada en Taiwán y que este país no solo ha sufrido la pandemia sino que está teniendo problemas de acceso a las materias primas y al agua como consecuencia del cambio climático.
¿Están acertando los medios y los expertos? ¿Percibes desorientación o ansiedad en sus análisis?
Hay mucha ansiedad sobre lo que está pasando. Y creo que el nivel de ansiedad va a ir a más, porque no sabemos cómo va a discurrir todo, aunque todo apunta a que esta situación de cortocircuito del mercado global con problemas de abastecimiento va a ir a más. El propio Gobierno español ha pasado de decir que no iba a haber ningún problema de suministro de gas durante el invierno a admitir que puede ocurrir. Empieza a vislumbrarse que hay una problemática que puede durar un tiempo, pero no se ponen sobre la mesa todos los factores que están detrás. Y los factores ambientales como los límites de disponibilidad de los recursos siguen estando desaparecidos de los análisis mainstream.
Se ha especulado mucho sobre cuánto va a durar esta nueva crisis.
Se ha hablado bastante de la recuperación de la normalidad y de la vuelta a un mundo parecido al que habíamos tenido durante el siglo XX y principios del siglo XXI, en donde no había grandes sobresaltos en el funcionamiento social, político, cultural. Yo creo que esto no va a volver a suceder, vamos a vivir un continuo de excepcionalidades, aunque no sabemos cuáles van a ser ni cuándo van a suceder ni con qué frecuencia ni qué profundidad va a tener cada una de ellas. Ahora una pandemia, pasado mañana recortes en la disponibilidad energética, después un problema de abastecimiento por un cortocircuito en las cadenas de suministro y al otro otra cosa diferente...
Que es un poco lo que está pasando ahora...
Sí, un poco lo que está pasando ahora, pero continuado en el tiempo. Yo no creo que los gobiernos por voluntad propia vayan a dejar estos planes de estímulo excepcionales, esta creación gigantesca de dinero que ha tenido la Reserva Federal en Estados Unidos y el Banco Central Europeo. Lo que no está claro es cuánto tiempo van a poder mantener estos planes de estímulo cuando la cosa cada vez es más complicada. Tu puedes crear mucho dinero, pero tiene que tener una correlación con la actividad económica, sino lo que vas creando son burbujas de deuda cada vez más grandes que, tarde o temprano, terminan explotando.
El aleteo de un murciélago en China que puede acabar con el capitalismo...
Yo no diría que va a acabar con el capitalismo, pero a lo mejor sí con el capitalismo global. El capitalismo en su versión globalizada con altos niveles de interconexión está herido de muerte y no tiene salvación, otra cosa es cómo muera y en qué momento muera. Pero eso no quiere decir el final del capitalismo, que puede seguir articulándose a niveles más locales, además, con visiones bastante terroríficas.
Esto no va a acabar con el capitalismo, pero a lo mejor sí con el capitalismo global. El capitalismo en su versión globalizada con altos niveles de interconexión está herido de muerte
En La espiral de la energía se hablaba de una crisis global desencadenada por una crisis energética, pero en este caso ha sido una pandemia.
La clave no es cuál es el elemento concreto, sino que hay muchos elementos que hacen que la vulnerabilidad aparezca. En 2020 la pandemia cumplió un papel muy importante, pero en 2007, en esa crisis económica que todavía arrastramos de alguna manera, uno de los desencadenantes fue el precio del petróleo. En 2021, si China está teniendo problemas para mantener su actividad económica en gran parte es porque tiene desabastecimiento de energía. Así que en realidad es como una especie de espiral en la que van superponiéndose una cosa sobre la otra. Por ello, mañana podrá ser una gran sequía la que plantee otros problemas de distinto tipo.
Cuándo escribisteis y publicasteis el libro, el mundo parecía mucho más estable que ahora. ¿Se parece un poco lo que está pasando ahora con ese inicio del colapso que describíais?
La gran pregunta es si ya estamos viviendo el colapso. En el libro definimos el colapso como una pérdida rápida de complejidad en términos históricos, un proceso que durará décadas. Y la pérdida de complejidad la podemos medir con cuatro indicadores: pérdida de población, pérdida de interconexión, pérdida de especialización y pérdida de información. Si miráramos estos cuatro indicadores no se puede decir que haya ahora una gran pérdida de población, ni de información, ni probablemente de especialización, aunque sí cierta pérdida de interconexión, aunque tampoco muy gorda. Podríamos concluir entonces que no estamos en el colapso.
Sin embargo, creo que tenemos que mirarlo con un poco más de perspectiva temporal, tanto hacia atrás como hacia delante, porque los sistemas tienen inercias y hay que saber leerlas. Hay cosas que están sucediendo que claramente inciden en los cuatro indicadores. La pandemia incide sobre la población, también incide sobre la interconexión, pues ha habido una disrupción de las cadenas de producción globales. Del mismo modo ha incidido en parte sobre la especialización pues cosas que no se fabricaban en España se han empezado a fabricar aquí, como las mascarillas. Cuando hablamos de emergencia climática, estos procesos meteorológicos extremos que destrozan infraestructuras, la tormenta Gloria en el Levante o estas olas de calor brutales en el hemisferio norte, van en contra de una mayor interconexión. Y cuando hablamos de crisis energética, no hay posibilidad de un comercio global sin una disponibilidad masiva de petróleo, y ese petróleo está dando señales de agotamiento, por lo que nuevamente este indicador, el de la interconexión, se ve resentido.
Estamos viviendo claramente esas primeras etapas del colapso, aunque no estemos viviendo unas situaciones profundas de colapso. La clave es que lo que antes parecía improbable se convierte en posible
Yo creo que estamos viviendo claramente esas primeras etapas del colapso, aunque no estemos viviendo unas situaciones profundas de colapso, pero estamos en esa dinámica. ¿Y cómo va a ser el proceso? Tremendamente abierto. Es difícil establecer una secuencia porque lo que va a ocurrir son procesos inesperados. Sin embargo, lo más probable por la situación que estamos viviendo es que sea un choque con los límites ambientales. Dentro de esa lógica, se van a ver afectados probablemente antes los procesos económicos-financieros y luego los económicos-productivos, entendiendo que las dos cosas están relacionadas, y tendremos otros sucesos que ocurran con más tiempo, como crisis urbanas u otros procesos. La clave es que lo que antes parecía improbable se convierte en posible.
Hasta ahora, los bancos centrales habían manejado las dos últimas crisis con una política de expansión monetaria e intereses bajos. ¿Se podrá mantener esto con la situación actual de inflación?
La estrategia fundamental, casi única, que han seguido los poderes económicos y políticos para responder a la crisis que se inicia en 2007-2008 y que en realidad arrastramos y que se recrudece en 2020, ha sido poner una cantidad ingente de dinero sobre la mesa a través de la creación directa de dinero y de prestarlo muy barato, con unos tipos de interés muy bajos. Mientras la economía ha estado renqueante como hasta ahora, medio en coma, está política ha permitido funcionar más o menos, ha permitido mantener a un montón de empresas zombies que en realidad arrastran resultados económicos en pérdidas de manera sostenida, aunque se ha generado un proceso de deuda gigantesco. ¿Qué ocurre ahora? Conforme hay una tímida reactivación económica, pero, además, una cada vez más patente escasez de recursos que tira al alza los precios, los bancos centrales no pueden recurrir a su capacidad histórica de controlar los precios a través del aumento de los tipos de interés. No pueden aumentar los tipos de interés porque si lo hacen toda esta economía dopada que existe gracias a esta política económica es probable que se venga abajo.
¿Cuál es el problema de fondo de todo esto? Pues que la economía productiva no termina de dar beneficios, los capitalistas no invierten en la economía productiva, lo hacen solo en la economía financiera, se mantienen esas empresas zombies gracias a esa mirada financiera y lo que tenemos es una situación tremendamente compleja: ¿permitimos que aumente la inflación y, por lo tanto, el empobrecimiento de la población, pero también la degradación de los beneficios del gran capital, o permitimos que haya una crisis importante que sanee la economía haciendo que se vayan a la quiebra un montón de empresas con lo que eso conlleva no solo de pérdida económica, sino también de desestabilización social? Los gobiernos quieren evitar que se repitan situaciones como las vividas en España o Grecia hace unos años y mantener un mundo parecido al del siglo XX, con una cierta estabilidad, y esto tiene cada vez menos margen de maniobra.
Conforme hay una tímida reactivación económica, pero, además, una cada vez más patente escasez de recursos que tira al alza los precios, los bancos centrales no pueden recurrir a su capacidad histórica de controlar los precios a través del aumento de los tipos de interés
Entonces, ¿no va a volver ese mundo de estabilidad del siglo XX?
El mundo de altas generaciones de capital creo que va a terminar estallando para generar una crisis financiera potente y vamos a tener que lidiar con lo que se está esquivando desde la crisis de 2007-2008, que es una depresión solo comparable a la que hubo en los años 30, que no era solo una crisis en lo financiero con alguna repercusión en lo productivo, sino que era una crisis profunda en el modelo.
¿Hasta qué punto es estructural la crisis energética que tenemos delante?
Desde 2005 la extracción de petróleo convencional —que es petróleo bueno, el fácil de extraer, el que tiene buenas prestaciones energéticas— se mantiene más o menos estable. Desde 2005 hasta 2021 ha habido momentos de fuerte crecimiento y si hubiera capacidad de seguir extrayendo de forma creciente este petróleo se hubiera extraído porque el otro, el que sí se ha extraído de forma creciente, aquel que está embebido en rocas duras, en las zonas árticas, metidas en grandes profundidades, un petróleo más caro de extraer y que da menos rendimientos económicos y energéticos. Tenemos evidencias de que estamos llegando a un límite de disponibilidad en el petróleo convencional. Pero ocurre que con los otros petróleos también nos está pasando algo parecido. Desde 2018, tenemos una tasa de extracción decreciente de estos petróleos. Y algo parecido nos puede estar pasando con el carbón y con el gas, si no ahora, sí en breve.
Desde antes de la pandemia ya se hablaba de desinversiones en el negocio petrolero por la baja rentabilidad.
En los últimos años está habiendo un decrecimiento importante en las inversiones de petroleras públicas y privadas. No les salen las cuentas y prefieren reinvertir en otras cosas. Cuando Repsol dice que va dejar de invertir en petróleo no es porque se haya hecho ecologista de golpe y porrazo, sino porque no le sale rentable. En general, las empresas más grandes tienen todavía cierta capacidad de inversión y de aguantar el tirón. Las medianas y pequeñas o bien están haciendo lo de Repsol o bien directamente están quebrando.
Antes era el negocio por excelencia.
En el siglo XX, cuando veíamos cuáles eran las principales empresas del mundo encontrábamos siempre a las petroleras. Probablemente, el personaje por excelencia del siglo XX fue Rockefeller, un petrolero que extrajo de este negocio toda su fortuna y su capacidad de influencia. Entonces era barato extraer el petróleo, estaba cerca del subsuelo, había que hacer inversiones pequeñas, y se podía vender no muy caro y obtener beneficios. Pero además de barato, se podía aumentar la extracción año tras año. Así que algo que costaba poco sacar y que además se podía vender en cantidades cada vez mayores reportaba unos beneficios gigantescos. En el siglo XXI ya no es así.
¿Qué está pasando con el gas? ¿La crisis también es estructural?
En el gas la situación es distinta, todavía hay un aumento en la capacidad extractiva, pero la curva en vez de tener un crecimiento exponencial rápido se va torciendo y estabilizando, y se está acercando a ese pico de disponibilidad máxima.
Un segundo elemento es que, a diferencia del petróleo, que es un mercado globalizado, el mercado del gas es mucho más territorializado, porque los gasoductos llegan donde llegan, tienen una capacidad de expansión de unos cuantos miles de kilómetros. El transporte por buques también se puede hacer, pero es bastante caro. Esto hace que el mercado del gas sea mucho más localizado que el del petróleo y este factor en el caso de Europa es determinante, porque depende de sus dos principales proveedores, Argelia y Rusia. Y en los dos casos parece que la extracción de gas ha tocado techo o está muy cerca de tocarse, y además hay un aumento de la demanda interna, lo que tensiona su capacidad exportadora de forma importante. A esto se le suman los condicionantes geoestratégicos, que también cumplen un papel; en el caso de Argelia, su disputa con Marruecos y su intento de que la Unión Europea se ponga de su lado utilizando los mecanismos de presión que tiene a mano. En el caso de Rusia, el juego geopolítico de intentar ser una potencia relevante otra vez se ejercita de diferentes formas, entre ellas presionando con la disponibilidad de gas a Europa a través de Alemania.
Un acuerdo en el que cada país determina qué reducción de emisiones va a hacer y que si no las cumple no pasa nada, sin ningún tipo de sanción, no puede llamarse acuerdo, yo lo llamo hacer lo que cada cual quiera
Entre los efectos de esta crisis, después de tanto ruido con la lucha climática, se está volviendo al carbón.
Lo que tenemos que entender es que la lucha contra el cambio climático no es cierta. No hay lucha contra el cambio climático, solo un discurso general contra el cambio climático. Y para mostrar que no existe lucha contra el cambio climático, tenemos el ejemplo de la vuelta al carbón, que en el caso de China es meridianamente clara, pero también en Alemania, incluso con una fuerza de los partidos verdes muy importante. Pero también podemos verlo con los acuerdos internacionales. Dentro de nada será la cumbre de Glasgow, que tiene que darle una continuación al Acuerdo de París. Pero el Acuerdo de París no es nada, no merece llamarse acuerdo. Un acuerdo en el que cada país determina qué reducción de emisiones va a hacer y que si no las cumple no pasa nada, sin ningún tipo de sanción, no puede llamarse acuerdo, yo lo llamo hacer lo que cada cual quiera. Entrar en situaciones de crisis nos demuestra que la prioridad vuelve a ser una vez más el crecimiento económico y no atender a la emergencia climática.
A nivel gubernamental no espero nada de la cumbre de Glasgow a pesar de los impactos en la economía del cambio climático. Hemos visto hace un año cómo media península ibérica se veía paralizada por una nevada, que tiene una relación directa con el cambio climático, cómo durante este verano se han derretido literalmente parte de las infraestructuras en Norteamérica como consecuencias de ola de calor brutales o cómo ha habido incendios devastadores en California, Siberia o Australia, que tienen también impactos directos en la economía. A pesar de todo, la incapacidad de planificación de nuestros sistemas económicos y nuestros entes políticos es grande y creo que se va a continuar con no-acuerdos, sin carácter vinculante y sin carácter ambicioso.
Una de las cosas extrañas que están pasando es la falta de mano de obra.
Nuevamente hay una amalgama de cosas. Un elemento muy determinante de todo esto es que ha habido un proceso de desinversión en la economía productiva. Y esto no se resuelve con el chasquido de un dedo. Esto se debe a que estamos en una situación de crisis estructural del capitalismo, de incapacidad de generación de beneficios y se intenta de alguna manera paliar con otros sectores, como el financiero, que no deja de ser ficticio. Falta mano de obra porque no se ha hecho inversión en ello y cuando hace falta no se genera de forma espontánea. También falta mano de obra porque hemos ido hacia un modelo de empobrecimiento de la población y en determinados sectores con ajustes fuertes en las condiciones laborales esto ha producido que la gente que estaba trabajando en esos sectores directamente se haya ido, algo que ha pasado con los camioneros en el Reino Unido.
Hay una parte de la derecha que está siendo prisionera de sus propias políticas identitarias y que está teniendo problemas para mantener sus privilegios en base a su actividad económica fruto de cosas que ellos mismos han alentado
Las políticas migratorias —y aquí nuevamente el ejemplo del Reino Unido y el Brexit— y la demografía desempeñan un papel importante en toda la crisis de mano de obra: China se está enfrentando a un problema de mano de obra para sostener su modelo de hiper explotación de personas que contribuye a que los movimientos sociales sean más fuertes y esto pone en entredicho una parte de la producción barata, que era una de los secretos de su éxito.
No deja de ser una paradoja que los capitales que dependen de esa mano de obra barata y que han alentado esas políticas de derecha o de extrema derecha de cierre de fronteras estén viendo ahora cómo su actividad se tiene que paralizar por falta de trabajadores y trabajadoras. Hay una parte de la derecha que está siendo prisionera de sus propias políticas identitarias y que está teniendo problemas para mantener sus privilegios en base a su actividad económica fruto de cosas que ellos mismos han alentado.
Hace no mucho Donald Trump presidía EE UU y parece que también puede caer Bolsonaro en Brasil y Johnson en Reino Unido. ¿Hemos llegado al pico del fascismo?
El fascismo puede seguir subiendo, aunque no necesariamente. Lo que antes se consideraba normal desaparece, y lo que es excepcional tiene mucho más campo de acción política. El fascismo tiene larga vida y largo recorrido porque hay elementos de lo que nos está ocurriendo que lo alientan. Situaciones de desorientación social como la que estamos viviendo son propicias a discursos simplistas que buscan chivos expiatorios, máxime si hay insatisfacción de necesidades por parte de las personas. Esto claramente es un caldo de cultivo para el fascismo. Poblaciones como las clases medias españolas, que se han acostumbrado a vivir con unos altos niveles de consumo, con una alta colonialidad, aprovechándose de recursos del resto del planeta, no van a querer renunciar a esos privilegios, y eso en situaciones de escasez es la puerta de entrada a esos fascismos. Sociedades multiculturales en la que la integración no se ha dado son también lugares fáciles para buscar estos chivos expiatorios en la población gitana, en la población migrante... Tenemos un caldo de cultivo para que los fascismos puedan crecer y llegar a situaciones de toma de poder dentro de la Unión Europea. Pero no es lo único que puede crecer de forma rápida en este contexto. A la vez, los niveles de insatisfacción social que se están articulando son también elementos que pueden generar la explosión de movimientos de carácter más emancipador.
El fascismo tiene larga vida y largo recorrido porque hay elementos de lo que nos está ocurriendo que lo alientan. Situaciones de desorientación social como la que estamos viviendo son propicias a discursos simplistas que buscan chivos expiatorios
Sin embargo, la pandemia también ha trastocado la base fundamental de la socialización, juntarse, hablar...
Eso es verdad, pero a la vez la pandemia también ha mostrado otras cosas. Ha mostrado cómo era posible parar la economía y poner por delante la salud, ha mostrado cómo lo que las sociedades necesitan se parece a los servicios esenciales que se definieron durante el periodo del confinamiento, algo que se asemeja bastante a lo que se está planteando desde posiciones decrecentistas. También se ha demostrado que lo que más necesitamos, lo que más añoramos como sociedades son esos grados fuertes de interrelación social, esos vínculos personales con la gente que queremos, no el consumismo.
La pandemia ha trastocado la normalidad en algunos casos abriendo la puerta a esos nuevos mecanismos de control social, a esa nueva desarticulación social y han crecido los neofascismos, pero también está lo otro, quizá ahora no con una visibilidad tan grande como en abril de 2020, pero hay elementos de fondo a nivel social que pueden emerger como fuerzas políticas, no necesariamente partidistas, que impulsen cambios en sentidos diametralmente opuestos a las posiciones fascistas, pero que también lean los momentos en los que estamos viviendo.
Con la llegada del frío al hemisferio norte, se van dibujando unos meses complicados, con los precios de la luz por las nubes y precios récord en los alimentos.
Cuando en 2011 se producen todas las revoluciones árabes claramente hay detrás un ansia de mayor democracia, pero también estaban detrás los problemas de acceso a los alimentos. Un escenario de alimentos caros, de energía cara, incluso de desabastecimientos energéticos, cortes o problemas de accesos a algunos alimentos, algo que no es en absoluto improbable en este invierno, puede traer algo parecido a lo que fueron las revoluciones árabes; o todo lo contrario, puede dar fuelle a posiciones neofascistas, o, lo más probable, las dos cosas a la vez y tengamos un escenario de polarización y confrontación social creciente en nuestras sociedades.
Tenemos un elemento de fondo, estructural, que es esa imposibilidad de mantener unos flujos crecientes de disponibilidad energética, o la imposibilidad de que los impactos de la emergencia climática no sean directos sobre la economía
¿Y de esto no nos salva la cuarta revolución industrial?
La cuarta revolución industrial requiere por lo menos de dos cosas, que no están ni creo que se las espere. Una, inversiones fuertes por parte del capital productivo en todo lo que tiene que ver con el desarrollo de las tecnologías, algo que no se está produciendo porque no hay una expectativa de crecimiento, porque el sistema tiene una crisis profunda. Y, dos, un montón de materias primas y de energía, que no está disponible a nivel planetario. Habrá algunos desarrollos industriales en algunos sectores, esto va a ir por barrios, pero no hay base material ni económica que mantenga un desarrollo masivo que permita sortear la crisis en base a una cuarta revolución industrial.
Parte de los problemas pueden ser coyunturales, pero existe el peligro de que cuando se solucionen, hayan surgido otros quizá más graves.
La crisis del petróleo de los 70 era coyuntural. Los países exportadores habían cerrado el grifo, conforme lo abrieron esa escasez se acabó. Ahora no estamos solo en una crisis coyuntural provocada por la pandemia, tenemos un elemento de fondo, estructural, que es esa imposibilidad de mantener unos flujos crecientes de disponibilidad energética, o la imposibilidad de que los impactos de la emergencia climática no sean directos sobre la economía. Creo que tenemos que ser capaces de leer las coyunturas, que se recuperarán, como el desabastecimiento de bicicletas que está habiendo ahora mismo, pero si miramos toda la articulación de las cadenas de producción globales creo que no estamos solo ante un tema coyuntural sino ante un proceso sostenido y que tiene un mar de fondo, que es una deriva hacia el colapso de la civilización industrial.