Esta no será la última dana. Mirar para otro lado solo servirá para incrementar los daños físicos, y sobre todo humanos, en el próximo evento.
elsaltodiario.com. Luis González Reyes.- Puede que haya quien entienda el título de este texto como un enunciado fatalista, pero es una realidad que, fruto del cambio climático, volveremos a ver danas de esta intensidad o mayor en la Península ibérica.
La combinación entre un Mediterráneo ya muy caliente y una temperatura atmosférica también alta es que toda esa inmensa energía genera más vapor de agua que terminará descargando torrencialmente sobre tierra. De hecho, se acerca el momento en el que veamos el primer huracán mediterráneo sobre nuestro territorio. Mirar para otro lado solo servirá para incrementar los daños físicos, y sobre todo humanos, en el próximo evento.
Ante eso, en este texto lanzo algunas ideas que considero clave para afrontar la emergencia climática. Por un lado, desde la mirada de la adaptación, pues es imprescindible modificar casi todo para sobrevivir en un mundo que ya no tiene el clima estable del Holoceno. Por otro, de mitigación, pues que haya una parte de la mutación climática que ya es irreversible y que va a ir, incluso en el mejor de los escenarios, a peor, no quiere decir que no pueda ir a mucho peor. Estas últimas posibilidades es absolutamente central que las evitemos.
Adaptación a un clima plagado de constantes excepcionalidades
Cuando el cielo descarga 400 l/m², como ha sucedido en varios puntos del País Valenciano, o 1.000 como sucedió en Grecia o 400 en Libia el año pasado, no hay nada que pare al agua. Un elemento central en las imprescindibles transiciones ecosociales es no pensar que vamos a poder con todo, porque esto ni es, ni va a ser así. El ser humano no es ni omnisciente ni omnipotente. Ni siquiera con el concurso de la tecnología. Por ello, aunque es importante contar con buenos tanques de tormentas en las ciudades o que las áreas urbanas tengan el menos asfalto posible para que el suelo drene así el agua, será claramente insuficiente. Tampoco valdrá construir ni más presas, ni más altas. Es más, ese tipo de medidas colocan una bomba de relojería aguas abajo si los muros de contención se rompen ante fuertes avenidas. Ni que decir tiene que las canalizaciones no resuelven estas situaciones, sino que las agravan. Hay que contar con que el agua será imparable.
Aunque es importante contar con buenos tanques de tormentas en las ciudades o que las áreas urbanas tengan el menos asfalto posible para que el suelo drene así el agua, será claramente insuficiente
En consecuencia, no es el momento climático de reconstruir todas las viviendas que han quedado inhabitables en zonas inundables, sobre todo en las de riesgo mayor, que son las que se encuentran en los barrancos y avenidas (lo que no implica dejar a quienes habitaban allí sin vivienda, por supuesto). Lo que toca es dejar espacio a la naturaleza en esas zonas. Si es posible reconstruyendo bosques de ribera, mejor, pues son determinantes en reducir la velocidad del agua en las riadas. Dicho en términos de sectores económicos: menos construcción y más silvicultura.
Un segundo elemento que la tragedia valenciana ha mostrado con claridad es que es determinante contar con medios de emergencia y sanitarios más robustos. Es necesario reforzar esos servicios públicos. Sin embargo, por más que se puedan fortalecer y estar preparados, nunca van a ser suficientes. Si una cosa ha demostrado esta dana no es solo que la solidaridad y el apoyo mutuo salen de manera espontánea en el ser humano en estos casos, sino que es imprescindible que así sea. Aunque no se hubiese desmantelado la unidad de emergencias por parte del Gobierno valenciano y esta hubiera estado mejor dotada, no habría podido afrontar la magnitud del desastre. Es imprescindible el trabajo de toda la población autoorganizada. Es dramático el nivel de negación de lo colectivo que alcanza el neoliberalismo cuando intenta cercenar la acción social incluso en estas emergencias.
Es dramático el nivel de negación de lo colectivo que alcanza el neoliberalismo cuando intenta cercenar la acción social incluso en estas emergencias
Sobre esta autoorganización se puede y debe trabajar. Por un lado, capacitando a la población para actuar en estos casos. Nuestros currículos escolares requieren de la introducción de los aprendizajes necesarios para afrontar el caos climático en el que ya vivimos y que irá a más. Son aprendizajes que no se adquieren en otros momentos de la vida y que, como poco, son tan importantes como las matemáticas o el inglés.
Pero la formación no es suficiente. Necesitamos organizaciones populares preparadas para estos eventos. Esto no es algo que está por inventar, sino que ya existe. Por ejemplo, en muchas comarcas hay redes de personas autoorganizadas junto a las administraciones locales para afrontar incendios. Necesitamos redes de este tipo que sepan de primeros auxilios, de retirada de escombros, de construcción de bancos de alimentos, etc. También que tengan los medios a mano para actuar: palas, botiquines, etc.
De manera más amplia, una emergencia como la que vivimos, que en realidad no es solo climática, sino también ecosistémica, material y energética atravesada de fuertes desigualdades y de un sistema socioeconómico muy frágil ante ellas, requiere de la energía de toda la sociedad. Si conseguimos forzarlo, el Estado podrá catalizar algunos de los cambios necesarios (y es importante que lo haga), pero sin poner toda la fuerza social al servicio de la transformación, esta no va a ser posible. Todas las capacidades del Estado, que no son pocas, se han quedado pequeñas en esta dana comparadas con la fuerza social. Las miles de personas que llegaron a las zonas más afectadas días antes que las palas del Estado son un buen ejemplo gráfico. El lema que se ha repetido mucho estos días de “solo el pueblo salva al pueblo” es bastante literal. Nadie va a realizar (o forzar a realizar) en nuestro lugar las transformaciones imprescindibles.
El lema que se ha repetido mucho estos días de “solo el pueblo salva al pueblo” es bastante literal. Nadie va a realizar (o forzar a realizar) en nuestro lugar las transformaciones imprescindibles
Un último elemento que querría destacar en el proceso de adaptación a las nuevas realidades ambientales es la construcción de autonomía. Hemos presenciado como los impactos se han visto acrecentados por una alta dependencia de la población de grandes sistemas que no controlamos. Por ejemplo, dejó de haber electricidad en muchos lugares o la movilidad se hizo imposible. Construir autonomía en el campo energético es apostar por renovables que sean realmente renovables y emancipatorias. Es decir, aquellas fabricadas con materiales y energía renovable y que podamos controlar. Los paneles solares en casa (desenganchables de la red si son fotovoltaicos) o los hornos solares ayudan a esta autonomía. En el caso de la movilidad, una técnica humilde como es la bicicleta ha demostrado ser no solo mucho más útil, sino infinitamente menos dañina y peligrosa. En esta situación de emergencia, sin duda, pero también en general.
Con esto no me refiero a que la población prepare una despensa grande en su casa para resistir ante estas situaciones. No hay salvación individual posible ni deseable. Lo que este texto propone es la construcción de autonomía real, una autonomía que tan solo puede ser colectiva. Esto nos tiene que llevar a elementos más profundos, como la desmercantilización. Otro de los problemas que han aflorado en la catástrofe es que la población que tenía comercios han perdido su forma de vida y, a la vez, el Gobierno valenciano centra su actividad en la rehabilitación comercial, pues entiende que es central en la recuperación de una cierta normalidad. Esto es coherente en sociedades como las nuestras en las que dependemos del mercado para adquirir el grueso de bienes y muchos de los servicios imprescindibles para sostener nuestra vida.
Construir autonomía profunda frente a futuros desastres climáticos pasa por que nuestra subsistencia dependa más de economías comunitarias que de mercantiles. Por ejemplo, si mi vivienda está en derecho de uso, pues pertenece a una cooperativa de la que formo parte, no me voy a tener que preocupar por no tener los ingresos suficientes para pagar la hipoteca o el alquiler y, además, voy a contar con una comunidad que me ayude en el proceso de rehabilitación. O si tengo un espacio de crianza compartida construido podré solventar con mucha menos angustia la pérdida de mi comercio, pues contaré con una red de apoyo.
Mitigación de los peores escenarios climáticos
Como se apuntaba en la introducción, la clave no es solo la adaptación, sino evitar que el caos climático se dispare. Para ello es fundamental poner en marcha políticas que no solo reduzcan las emisiones, sino que las reduzcan mucho y muy rápido.
El turismo no solo es el principal sector económico valenciano, sino que es uno de los que están espoleando con más intensidad las excreciones de gases de efecto invernadero. Por lo tanto, es determinante no reconstruir la infraestructura turística que haya sido destruida. Dentro del turismo, la rama de actividad más impactante es el desplazamiento en avión, así que se deben desviar los ingentes recursos destinados a la ampliación del aeropuerto de Valencia, en gran medida para atraer más visitantes, a labores de adaptación y mitigación climática.
Construir autonomía profunda frente a futuros desastres climáticos pasa por que nuestra subsistencia dependa más de economías comunitarias que de mercantiles
El sector del transporte, más allá del desplazamiento turístico, es el que más aumenta en sus emisiones y es por ello absolutamente central en la lucha climática. En consecuencia, no es el momento de reconstruir carreteras, ni de volver a llenar de coches las calles que el agua ha despejado. Durante la dana, el coche se ha mostrado como un elemento mortal y entorpecedor. En realidad, es una clara metáfora de lo que es en realidad: la tecnología más eficiente que ha diseñado el capitalismo de destrucción masiva. Detrás de estas máquinas no solo está el cambio climático, sino la siniestralidad, la contaminación, la ocupación del espacio, las guerras por los recursos, el urbanismo disperso, etc.
Es imprescindible una movilidad a menores distancias, velocidades y volúmenes. Esto tiene implicaciones fuertes, como un urbanismo de cercanía, que en realidad es un urbanismo no de grandes ciudades como Valencia, sino de poblaciones con muchos menos habitantes. También significa una economía de proximidad, pues debe ser mucho más localizada y, para que ello sea posible, diversificada. Esto, de paso, implica abandonar la ampliación del puerto de Valencia y, nuevamente, recanalizar los recursos hacia la transformación ecosocial. Solo con este tipo de reconfiguraciones son posibles los recortes en las emisiones necesarias.
Finalmente, la mitigación climática no es solo cuestión de dejar de emitir gases de efecto invernadero, sino también de absorber dióxido de carbono excedentario de la atmósfera en grandes cantidades. La silvicultura vuelve a aflorar como un sector determinante, pero el alimentario no lo es menos. Transitar desde un modelo agroindustrial hacia uno agroecológico implica una mayor autonomía alimentaria, unos suelos más ricos en materia orgánica y capaces de retener agua o unas mayores posibilidades de adaptación climática. También permite cambiar el modelo agrario desde uno emisor neto de gases de efecto invernadero, hasta uno que enfríe el clima. Por ello, una infraestructura central que debe ser prioritaria reconstruir después de esta dantesca dana es la huerta valenciana, mucho antes que la mayoría de las autopistas por las que discurre el mortal capitalismo global-urbano-industrial. Y hacerlo bajo el modelo agroecológico y comunal.
Todas estas medidas, tanto las de adaptación como las de mitigación, son concreciones de las propuestas decrecentistas. El marco político que considero imprescindible en nuestro contexto socioeconómico para hacer frente a la crisis civilizatoria que transitamos.