Escribo ya desde el barrio dónde crecí, con su diversidad de construcciones, los puestos de fruta en la calle, la música alta a cualquier hora, las aceras medio rotas. Pero también de los saludos de las vecinas a mi padre, de que echen un ojo a mi abuela cuando va hasta la tienda, preocupándose de que no resbale, interesándose por su salud. Resquicios de vida comunitaria en el centro de una ciudad herida por la desigualdad. Por un lado los altos y sofisticados rascacielos, con videovigilancia y lujo carcelario. Al lado las ocupaciones en las lomas, el laberinto de casas, escaleras, crianzas, perros sueltos, plataneros. Los barrios populares donde la vida se desarrolla desordenada, compleja, pero sobre todo pulsante.
Dos días de viaje. Compostela-Madrid en un autobus repleto de peregrinos, pernocta en Vallekas y traslados con la maleta cargada de libros, colas para facturar con Air China el domingo de madrugada, diez horas de vuelo hasta Sao Paulo, otra cola enorme para facturar hasta Salvador, retraso de más de una hora en el aeropuerto de Guaralhos junto a un grupo de mujeres católicas en peregrinaje a Aparecida do Norte (centro de consumo religioso en Brasil, como Fátima, Lourdes o Compostela), dos horas más de vuelo hasta llegar a Salvador. Cuarenta y cinco minutos para llegar a casa.
Reencuentros emotivos con la familia después de un un año de pérdidas y duelos. También de llegada de nuevas personitas. La delicia de escuchar sus risas y carreras entre las conversaciones de las adultas. La certeza de que la sola presencia con calidad conforta y tranquiliza. Sentirse atravesada por la inevitabilidad de que la gente que quieres se hace mayor y los cuidados se hacen complejos desde la distancia, las reflexiones sobre nuestro rol y los ritmos y espacios de una ciudad acosada por la lógica de la producción y el consumo. Pero este es asunto para otra crónica.
Hoy les quiero hablar de las sincronicidades y de esa dimensión imprevisible y maravillosa que nos deparan los viajes y la vida misma si estamos abiertas a ello. Por una carambola el día de ayer, recién llegada a Salvador, se me presentó la oportunidad de visitar un territorio donde una empresa privada (después de un proceso de licitación turbio) quiere instalar un vertedero, contrariando las recomendaciones del ministerio público e instituciones de gestión de aguas, pero sobretodo el sentir de las comunidades locales que ven amenazado su modo de vida.
Se trata del Vale do Tamboatá en el municipio limítrofe de Simoes Filho, dónde se ubica uno de los manantiales que abastece a la ciudad de Salvador, que conserva aún restos de Mata Atlántica (vegetación propia de la franja litoral del país, muy devastada en quinientos años de exploración colonial) y en la que conviven comunidades quilombolas, de hierbateras, un proyecto comunitario socioambiental y una comunidad terapéutica y de resocialización para criaturas y familias en situación del vulnerabilidad.
De repente estaba montada en una van con integrantes del CONCidades, Concelho Estadual das Cidades, espacio consultivo, deliberativo y de seguimiento sobre política territorial y de desarrollo urbano, compuesto por representantes de movimientos sociales, instituciones académicas y colegios profesionales, integrantes del poder público a nivel legislativo y ejecutivo. Se trataba de una visita para conocer las comunidades afectadas, quienes habían formulado una denuncia sobre el proyecto del vertedero, y también la versión de la propia empresa Naturalle. El objetivo era recabar toda la información para el pleno del Concelho este jueves, en el que el organismo al completo con sus diferentes comisiones (vivienda, movilidad, saneamiento, planificación territorial) tendrá que emitir un parecer sobre el caso.
La visita fue una oportunidad para conocer como las comunidades de la zona están a tejer un proceso de articulación y lucha común para la paralización del proyecto. También de como la interlocución con distintos espacios institucionales (ConCidades, Ministerio Público, defensoría pública, etc) puede ser usada como un recurso más al lado de las movilizaciones y el trabajo comunitario.
La próxima semana, ya con Let y Leo, estaremos visitando la comunidad Terra Mirim de la mano de una de sus integrantes, Davi. Contaremos todos los detalles de la lucha que están a dar las comunidades contra el racismo ambiental y el proceso de creación de redes comunitarias para sostener la denuncia y la acción violenta de la empresa.
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