11 de febrero de 2016 Por Oscar Castelnovo (Agencia para la Libertad).- Marcelo Lucero, de 44 años, oriundo de Villa Mercedes, fue encontrado sin vida, en una celda de aislamiento de la penitenciaria provincial, días atrás, en la provincia que los Rodríguez Saá pintan como el paraíso terrenal. Como se sabe, los servicios penitenciarios argentinos son las entidades más eficaces de ayuda al suicida.
Ellos ostentan el récord absoluto de hombres y mujeres que se matan luego de molerse a golpes a sí mismos y de las formas más sorprendentes. Algunos se ahorcan con su remera, las mujeres con su propio corpiño, otrxs se prenden fuego y otrxs incluso se cuelgan de una altura inferior a su tamaño hasta sucumbir, según los informes oficiales. Por su parte, el comisario Gustavo Ríos deslizó la responsabilidad hacia los familiares “que no lo visitaban”, pero no hizo ninguna referencia a la responsabilidad de los penitenciarios que debieron cuidar la vida y la integridad de Marcelo y tampoco a la del juez de la causa quien debió velar por la seguridad de quien decidió encerrar.
En el caso de Marcelo, castigado por tener un celular, – hecho que no prohíbe ninguna ley- y que venden y confiscan los uniformados una y otra vez para incrementar sus ganancias, cortó parte de la tela de su colchón y se ahorcó luego de atarla al techo, según aseguró el comisario Gustavo Ríos, jefe de la subcomisaría 23º. A su vez, Ríos indicó que Marcelo dejó un escrito donde “contaba por qué estaba aislado y decía estar mal de ánimo porque sus familiares no lo visitaban”. Aunque también explicó que Lucero no llegó a finalizar la carta, de lo que se desprende que no narró allí su deseo de matarse.
Es decir, el comisario Gustavo Ríos deslizó la responsabilidad hacia los familiares “que no lo visitaban”, pero no hizo ninguna referencia a la responsabilidad de los penitenciaros que debieron cuidar la vida y la integridad de Marcelo y tampoco a la del juez de la causa quien debió velar por la seguridad de quien ordenó encerrar. Y claro está, al tiempo descartó la posibilidad del asesinato, moneda corriente en las cárceles de mala muerte de la Argentina.
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