La Estrategia
lapejiguera.- La política no es una profesión, es una vocación. Parece que se nace con eso, adherido a algún cromosoma, o a algún gen, o al espíritu, o a algo. O a lo mejor es al revés y es la vocación la que llama al político una triste tarde de invierno apartándolo de otros caminos que no eran vocaciones, sino profesiones. Por culpa de ella se han perdido para el mercado laboral grandes abogados, grandes médicos, grandes registradores pero, sobre todo, se han perdido grandes parados. Gente abocada a tener un empleo precario o a no tener oficio a la que, de repente, la maldita vocación política le asalta al cuello y ya no se libra de ella hasta la muerte. Esa vocación, parece demostrado, luego genera una reacción química que afecta a las neuronas y se termina diciendo machangadas, con todo respeto. De eso se da cuenta uno después de algún tiempo. Porque si se dicen con traje y gesto serio, mirando a las cámaras, las machangadas se convierten en sentencias o en aforismos o en frases cliché que se aprenden en la escuelas de corrección política, a donde acuden los políticos cuando la vocación vacila. Allí aprenden a expresarse combinando circunloquios y perífrasis rumbo a la nada. Y cobran por eso y por otras nadas.
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