Muchas de las personas que por diversos motivos se mueven en torno al mundo de las cárceles actuales, han expresado frases como ésta: “en las cárceles españolas hay sobre todo personas pobres y enfermas”. Y les asiste toda la razón. No solamente porque como dicen los datos, que más del ochenta por ciento de las personas privadas de libertad provengan de contextos de pobreza o desestructuración, sino porque se les ha criminalizado su pobreza o se ha obviado en ellas, en muchos casos, su enfermedad mental, crónica o proveniente de largos procesos de hábitos de consumo.
Miradas así las cárceles, no podemos hablar de otra causa a esta realidad, que el caos social del mundo en el que vivimos y especialmente el español. Un mundo dividido por el enriquecimiento desmedido y por el empobrecimiento vergonzoso. Dos situaciones que caminan en paralelo, que se sostienen como inevitables, que se padecen con indignación y se sitúan en la mayor profundidad de la injusticia social.