Crónica desde la India. Caca de la vaca

fotoLa caca de la vaca, boñiga, cucho o mierda, aquí en la India tiene múltiples y variadas utilidades. En la zona rural la puedes ver moldeada en bolitas o en discos -como el que quedó inmortalizado en el Discóbolo de Mirón- que apilan en pirámides a las puertas de las casas y usarán como combustible. Igualmente son conocidas sus propiedades incrementando la fertilidad de la tierra y también es usada, humedecida con agua y extendida al borde de los caminos para aminorar la polvera en la estación más seca.

De la vaca, además de la caca, se aprovecha su fuerza de trabajo para llevar cargas y arar las tierras de las familias campesinas. Tierras bañadas por ríos y sembradas de arroz, caña de azúcar, algodón, trigo o maíz que servirán de alimento, intercambio o generación de recursos para las poblaciones cercanas.

Y por supuesto, de la vaca, se aprovecha la leche, ambrosía blanca de proteína animal que después de transformada en yogur la convierten en el delicioso Lassi.

La vaca les resulta más útil viva que muerta, de la que sólo aprovecharían su carne y piel. Dicen que por eso el hinduismo la declaró sagrada (entre otras cosas más).

En las ciudades las puedes ver atravesando el denso y caótico tráfico como suicidas que no estimaran su vida, pero realmente son las únicas que son capaces de atravesar las calles sanas y salvas sin sufrir ningún estrés.

Tienen en su andar la parsimonia de quienes el mundo que les rodea no va con ellas. Como que no fuera con ellas el extremo lujo y la extrema y extendida pobreza que respiran. Como si no fuera con ellas la basura que inunda las calles como si de un Monzón permanente se tratara. Como si no fuera con ellas la sociedad clasista que las protege y que perpetúa en la condición de miserables a millones de seres humanos. Después de todo, ellas son las "intocables" respetadas hasta el punto de la sacralidad. Tampoco va con ellas las multinacionales que recolonizaron este país, ávidas de lucros, que explotan la mano de obra expulsada del campo y necesitada de recursos; ni los mortales transgénicos que están acabando con la rica biodiversidad de la tierra y condenando a la miseria al campesinado; ni el sida que se extiende por millones diezmando a la población; ni los integrísimos religiosos (principalmente monoteístas) que dividen, controlan y enfrentan a la sociedad; ni la opresión e invisibilización de las mujeres, fuente de vida en todas sus formas; ni tantas otras situaciones injustas que les rodean.

Ellas transitan esta tierra como milenarias pasajeras y espectadoras de culturas, sabores, olores, colores, música y paisajes. No saben que están condenadas a no saber todo aquello de lo que sus ojos son testigos y no podrán contarnos porque no saben, ni se lo imaginan, que lo que les mantiene con vida es la esperanza.

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